DE MUY BUENA MADERA
por Alberto Sorzio
Bella Vista, junio 2024
Hace 50 años (en
Rosario 1974) moría uno de los artistas argentinos más identitarios que ha dado
nuestra Patria: Juan de Dios Mena, hombre de humilde origen, nacido en Puerto
Gaboto en 1897.
Así describió su casa
"Era un rancho de barro, con techo de paja
de tijeras muy rústicas y cumbrera baja.
Había un algarrobo que al patio daba sombra
y que endulza la lengua cada vez que se nombra"
En sus poemas
describe el entorno campero, montaraz y criollo en el que se cría. Con escasa
educación primaria, trabaja en diversos oficios camperos; de muchacho en
Rosario es encargado de un bar. No le asustan los oficios. Las vidas suelen
tener instantes mágicos que nos develan caminos impensados y eso le ocurrió en
1932 a Mena, cuando trabajando en el campo un carretero amigo le regala una
vara de guayaibí, madera durísima, para que se fabricara un bastón.
Agradeció el regalo
y pensó en hacerle una empuñadura. Comenzó a tallar la dura vara usando un
cortaplumas con la intención de hacer una calavera, pero sorprendentemente surgía
el rostro de un paisano.
Este fue el instante
revelador de su destino impensado, muy lejos de una senda académica y artística
¿Qué duende del monte guió la mano y la navaja de este humilde criollo
trabajador de lo que fuera, como la mayoría de su gente, para transformar una
calavera en un rostro paisano?
Hay mucha magia en la
vida de Mena. Sintió el llamado a representar al hombre del pueblo con sus
dolores, flaquezas y sentimientos. Buscó una madera más apta para tallar sus
tapes, como el los llamaba y eligió el curupí, una madera blanda despreciada
porque no servía para construir y mala como leña por su rápida consumición. Se
me ocurre una comparación sarmientina descalificadora entre esa madera y el
gaucho, tan despreciado por el aludido sanjuanino, cuyo espíritu no vio o no
quiso ver.
Mena fue al Chaco y se
instaló en casa de sus amigos Aldo y Efraín Boglietti, en Resistencia (otra
palabra emblemática) hogar que rápidamente (1943) se convirtió en un lugar de
encuentro de puertas abiertas para poetas, músicos y artistas de toda índole. Que
dejaban algún recuerdo, ya sea cuadros, libros u objetos diversos dando origen
al "Fogón de los Arrieros". Y desde 1955 convertida en Fundación con sede
propia a corta distancia de la primitiva casa de los Boglietti. La gran cantidad
de objetos ha convertido al edificio en algo parecido a un museo, pero sin la
rigidez institucional que caracteriza a los museos. El buen humor está presente
en avisos como:
"Si
Ud. acostumbra tirar las colillas en el suelo, camine por los ceniceros" y el
irónico "Mucha gente que sueña con la inmortalidad no sabe qué hacer en una
tarde de lluvia".
El Fogón de los Arrieros fue y
es visitado por referentes culturales de todo el mundo. En ese ámbito desarrolló Mena su obra, con sensibilidad
y penetrando en el alma del criollo mestizo. Recurrió al humor como para
amortiguar lo dramático del destino del criollo, como lo hiciera en su momento
Molina Campos (otro sin formación académica). Realizó algunas muestras por el
país. Dijo de él Rafael Squirru, fundador del Museo de Arte Moderno de Buenos
Aires: "No es fácil ubicar a nuestro tallista chaqueño Mena. Su obra oscila entre el así llamado
arte folklórico y esa categoría superior de la estética que se conoce con el
nombre de Arte Clásico, El arte clásico no es
sino aquel que partiendo de la autenticidad inmediata del medio tamiza a
través de su genio esa savia que le viene de lo más profundo del inconsciente
colectivo hasta llevarla al plano de la supra conciencia individual" Y el
poeta, periodista y crítico de arte Córdoba Iturburu dedicó una extensa nota de
la que extraigo los siguientes párrafos "En el ámbito de las artes en la
Argentina...la personalidad y la obra de Juan de Dios Mena constituyen un caso único de perfiles originales y exclusivos", "No
tuvo Mena otro maestro que su batalla
cotidiana con la madera a lo largo del trabajo intenso y apasionado. Ni vio
siquiera mucha escultura...no viajó tampoco. No recibió otras lecciones que las
dictadas a su inteligencia vivaz por la observación directa y penetrante de la
naturaleza y por una intuición sorprendente que le indicó con ese instinto
seguro -que es una virtud inalienable del gaucho- el camino en su arte de lo
bueno, lo verdadero y lo bello".
Su lenguaje visual se fue transformando en el tiempo
hasta llegar a una síntesis expresionista que lo emparenta a las
manifestaciones visuales de la América prehispánica
.
Pido licencia, estimado lector, para incursionar en lo Mítico. Juan
de Dios Mena nació en Puerto Gaboto localidad del Norte de Santa Fe, pueblo
fundado sobre las ruinas del primer asentamiento español en América del Sur que
fue el fuerte Sancti Spíritu. Sebastián Gaboto lo fundó en 1527 y fue destruido
dos años después por conflictos con los pueblos que habitaban la zona. Surge
allí una leyenda que se transforma en el "mito de Lucía Miranda", una bella
española esposa de un soldado español, deseada por dos caciques: Mangoré y
Siripo, según la Crónica de Diaz de Guzmán de 1612. Ambos la raptan, pero
Mangoré muere en el intento, por lo que la bella Lucía convivirá por lo menos 2
años con Siripo. La ciencia histórica no da certeza de ese suceso, ni de la
real existencia de los protagonistas. Pero el mito la única certeza que necesita
es la memoria del pueblo. Lo demás no atenta contra el mito de amplia difusión
en la zona, llegando a inspirar poesías, novelas, una obra de teatro y hasta
una ópera. Hasta se puede considerar como uno de los comienzos del mestizaje
criollo. "Tostada de amores indios, cobriza es la tierra mía" dirá Buenaventura
Luna en "Zamba de la Toldería".
Propongo para
completar el acercamiento a Juan de Dios Mena escuchar la "Zamba del imaginero"
en la versión del Dúo Salteño, compuesta por dos no académicos del arte: el
"Cuchi" Leguizamón (música) y Armando Tejada Gómez (letra).
Juan de Dios fue a la madera
por las ramas del rocío.
Y en el corazón del Chaco
encontró un bosque dormido.
Con paciencia de quebracho
iba tallando los sueños.
Y de su imaginería,
salía el rostro del pueblo.
Cuando el vino nombrador
recuerda a Juan de Dios Mena
y su memoria en mi guitarra
que es de sonido y madera.
Y el árbol que no lo olvida
lo busca en la primavera.
Que puro y fiero su oficio
hecho de puro silencio.
La vida andaba en sus manos
y el la tallaba por dentro.
Se apagó, quién lo diría
bajo la luz de Mendoza.
Y en sus manos detenidas
dormía un bosque de aromas.
Audio de la Nota: "Zamba del imaginero" por Dúo Salteño.