Mito Guaraní
Dicen que dicen...
que hace mucho, pero mucho tiempo, los
buitres eran los únicos poseedores del fuego.
Ellos eran los únicos dueños y
solamente ellos podían cocinar los alimentos.
Cierta vez, un sapo habló con el dios
Tupá y entre los dos planearon quitarle a los buitres tan preciado bien,
para obsequiárselo a los
hombres.
Tupá interrogó al sapo, preguntándole
si él lo ayudaría obtener el fuego.
-Si tu me ayudas
yo acepto el desafío -
dijo el sapo, y entre los dos planearon tan difícil cometido.
Tupá
dijo que él se tiraría al suelo y se haría pasar por muerto. Y así lo hizo.
Allí
estaba Tupá desparramado por el piso haciéndose el muerto, mientras el sapo
esperaba ahí cerquita, escondido detrás de los matorrales.
No
pasó mucho tiempo que aparecieron los buitres, aparecieron de repente,
desplegadas sus alas y dando giros desafiantes en el aire. Venían en busca del
muerto.
Los
bicharracos encendieron el fuego, un fuego grande, crepitante y amenazador.
Luego,
sobre el gran fuego acarrearon ramas con sus picos que comenzaron a arder con
fuerza y fueron rodeando el supuesto cadáver. El fuego tomaba cada vez más
fuerza hasta convertirse en brasas, con las cuales planeaban cocinar el
alimento.
Al
poco rato, cuando las brasas eran suficientes, en un descuido de los
pajarracos, Tupá pateó con fuerza los leños y éstos dejaron volar cientos de
chispas hacia donde se encontraba el sapo, sin embargo, el pequeño batracio le
hizo señas a Tupá, haciéndole saber que había sido incapaz de alcanzar alguna.
Otra
vez Tupá debió esperar el momento propicio, ya que los buitres poseían el poder
mientras fuesen los únicos dueños.
El
dios Tupá, en otra distracción de los buitres volvió a patear los abrasantes
leños encendidos, pero esta vez con mucha más fuerza, haciendo llegar algunas
brasas hasta los yuyales que albergaban al sapo; éste a pesar del calor que
sintió tomó la brasa en su boca, se la tragó y huyó con ella, tan rápido como
pudo lo más lejos posible.
Cuando
el sapo se supo lejos de los buitres, escupió la brasa sobre el hueco de un
tronco seco, que en instantes comenzó a arder.
Enterados
los buitres que ya no eran los únicos poseedores del fuego, intentaron huir,
pero Tupá condenó el egoísmo de los pajarracos convirtiéndolos en aves
carroñeras para siempre y les quitó todo el poder que poseían.
Tupá
y el sapo llegaron hasta los hombres y con infinita paciencia les enseñaron el
secreto del fuego y como hacer un pequeño hueco en las maderas blandas, y a
frotar con un palo la madera hasta hacerla encender.
Fue
así como los hombres conocieron el fuego.