Abrazando a la
palmera de Motacú nace un árbol corpulento llamado Bibosi.
Dicen que dicen...que
Motacú y Bibosi eran amigos desde que ella tenía diez años y él doce.
Después de una
fuerte tormenta que había destruido sus casas, Bibosi y su familia se mudaron a
la aldea de Motacú.
El jovencito
pronto trabó amistad con los demás niños del lugar.
Como era
costumbre, desde muy pequeños los niños y niñas habían sido educados para que
al crecer supieran desempeñar todas las tareas. Los varones aprendían a cazar,
construir chozas, defender la aldea y las niñas a ser madres, tejer, preparar
la chicha y la yuca y a cultivar la tierra.
Motacú lo observaba
moverse al ritmo del cosereneque, Bibosi era ahora un joven alto, el más alto
de la aldea, a ella le gustaban sus rasgos de pómulos marcados, su cara redonda
y sus ojos achinados y vivaces. Lo veía danzar enfundado en aquella túnica con
flecos en el ruedo y las pulseras con cascabeles prendidas a sus tobillos que
resonaban al ritmo de la música.
Él quería complacer
al supremo hacedor de los Baures, su etnia, bailaba el cosereneque para agradar
a Bikini.
Cuando Mutacú lo
veía sus ojos irradiaban una luz especial.
Yaqui, el
hechicero la observaba.
-
"Los Hachané, me dicen que Bibosi no es
bueno para ti"-, le dijo.
Motacú, fastidiada por ser descubierta se
retiró haciendo una mueca de enojo.
En su camino a
casa, ella recordó los juegos de la niñez, recordó a Bibosi en medio del
círculo haciendo las veces de "Toro", con su máscara de madera y al son de la
música tratando de romper la rueda al momento que bramaba y daba saltos
grotescos, mientras todos, incluso ella, reían a carcajadas.
El tiempo había
pasado muy rápido y ahora ellos se amaban.
También recordó cuando
se hicieron inseparables, había sido aquel día, mejor dicho, aquella mañana que
un puma la había atacado y Bibosi se interpuso, la cubrió con su cuerpo,
recibiendo un zarpazo al que Yaqui había tenido que curar.
Toda la selva
sabía del amor que ellos se profesaban, pero los padres de la chica eran muy
codiciosos, pretendían una buena dote por lo que se oponían, después de todo
Bibosi era tan solo un guerrero.
Al llegar a su
casa le dieron la cruel noticia, Yaqui había ofrecido a su hijo junto a una
fuerte dote y sus padres habían aceptado.
La unión ya
estaba arreglada y por más que Motacú lloró y suplicó, no logró que sus padres
desistieran de la decisión. También Bibosi les rogó, pero tampoco consiguió
convencerlos.
La noche de la
unión se acercaba y ambos jóvenes más enamorados que nunca se encontraron a
escondidas en la selva. La luna estaba alta, miles de luciérnagas iluminaban
los labios del río y el sonido del agua parecía mecer la noche. La pareja
caminó largo tiempo por la orilla del torrentoso río, luego buscaron un claro y
allí se detuvieron.
Bibosi abrazándola
reconoció que jamás podría vivir sin ella y Motacú le pidió que no la
abandonase.
Luego, al unísono
se preguntaron: - ¿y si nos vamos lejos? -.
Ambos se
recostaron sobre una enorme palmera uniéndose en un profundo y fenomenal
abrazo.
En ese momento,
un cúmulo de nubes negras apagó la luna y se extendió cubriendo por completo el
cielo estrellado, luego una densa niebla lo abrazó todo.
Ya nadie los
volvió a ver.
En ese mismo
claro surgida de la nada apareció una esbelta palmera envuelta por un árbol
enorme.
La gente de la
comunidad al ver aquellos árboles abrazados, los reconoció.
Desde aquellos
tiempos, los Baures aseguran que esos dos árboles son los amantes unidos por siempre,
son Bibosi y Motacú, él la abraza protegiéndola y trepa por sobre los demás
árboles para encontrar la acariciante luz del sol, después de aquella oscuridad
infinita.