MÚSICA Y PINTURA PARA CELEBRAR A SURAMÉRICA
ARCHIVO
EL OTRO:
Compartimos la entrevista que
realizamos a Polo Martí en setiembre
de 2017 con motivo del reestreno de Canto a Guayasamín.
"Dejémonos
de pendejadas, esto es para siempre"
Mendoza, 22 septiembre, 2017
Hace veinticuatro años,
durante la visita histórica de Oswaldo Guayasamín a Mendoza, Polo Martí, junto
a músicos locales y la Orquesta Filarmónica, interpretaron por primera vez una
obra compuesta especialmente para el artista ecuatoriano. Esta noche podrá
escucharse nuevamente en la Nave Universitaria. En medio de los ensayos, Polo
revive con EL OTRO una partitura crucial de su vida.
Texto:
Negro Nasif
Fotos:
Coco Yañez
En el año 1985, Polo Martí
vivía en Montevideo y trabajaba junto al gran Aníbal Sampayo. Por entonces, la
militancia del músico se daba en las aguas políticas del Frente Amplio, en el
área de Cultura. Entre las tareas que realizaba ese espacio, se encontraba la
Revista Sur, una publicación editada en Suecia que reflejaba las problemáticas
y los temas latinoamericanos. En esas páginas, en un número especial, Polo vio
por primera vez las obras de Oswaldo Guayasamín, y nunca más pudo dejar de
sentirlas.
"Me conmovió,
inmediatamente me dieron ganas de hacer, desde la música, algo con esos
cuadros", nos cuenta el compositor y guitarrista, en el living de su casa. A
tal punto fue el remezón que le escribió una carta, "de caradura nomás", para
contarle al pintor sus ideas. Tiempo después, tuvo un escrito de aprobación
como respuesta.
El guitarrista formaba
parte del Grupo Maíz, un sexteto que hacía música latinoamericana, andina, "con
una búsqueda más pretensiosa, de vanguardia". Le planteó a sus compañeros hacer
un viaje por tierra, desde Argentina a Quito, y allí mismo escribir la obra
motivada por la expresión pictórica de Guayasamín.
En el 87 el Grupo Maíz fue
revelación de Cosquín. "Nosotros pensábamos que el premio nos iba a abrir las
puertas de distintos espacios culturales del país, pero más bien fue lo
contrario", recuerda Polo con el gesto de la frustración. Sin rumbos firmes por
aquí, encararon otros caminos. Apareció la oportunidad de presentaciones en
Europa y, en la vuelta de los rumbos, el ambicioso proyecto quiteño fue
suspendido. Aunque por unos años nomás. La vida se empeña en deparar sorpresas.
En 1989, Martí, junto con
su compañera Beti Plana, se vinieron a Mendoza. "En el 93, en plena época de la
hiperinflación, no podía ni alquilar, así que vivíamos en la casa de mis suegros",
recuerda Polo. En ese hogar de prestado, un domingo, que dejó de ser
cualquiera, un rayo iba a partir al músico sentado en una silla leyendo el
diario.
Así lo recuerda el
compositor, con la ampulosa expresión de las grandes manos: "Un domingo leyendo
el diario Los Andes veo un título que decía ´Guayasamín en Mendoza´. No lo
podía creer. Se iba a hacer una muestra de buena parte de su obra. Ahí nomás
pensé que había que hacer algo, yo ya tenía una idea más o menos planeada,
basada en algunas experiencias que ya habíamos trabajado, en el Grupo Maíz, con
orquestas".
Con la cuenta regresiva de
la impensada venida de Guayasamín, Polo avanzó en la mixtura musical de
nuestras culturas. "Fui a ver a la Pupi Agüero al Teatro Independencia y le
propuse hacer una especie de homenaje musical a Guayasamín, le dije que quería
componer una obra para él. Le expliqué mi boceto sobre un armado entre una
banda andina y el ensamble con la Orquesta Filarmónica". Rápidamente, Agüero se
puso a disposición de Martí, y la Orquesta abrió las puertas a la creación del
músico.
Por entonces no habían
bandas de sikuris en Mendoza. Aunque Polo no se anduvo con chiquitas, creó una
desde cero con Lars Nilson, Nene Ávalos y Archi Zambrano como base. Tanto
Agüero, como León Repetur y Gastón Alfaro, entonces funcionarios de Cultura,
alentaron y colaboraron para hacer posible el desafío de Martí, en el contexto de
la histórica muestra de Guayasamín, la que dejó una estela imborrable en la
cultura mendocina.
Finalmente,
en el Museo Emiliano Guiñazú (Casa de Fader), en el medio de las principales
obras del pintor fundamental de la América profunda, se oyó por primera vez el
"Canto a Oswaldo Guayasamín", con el homenajeado presente, vibrando en la misma
emoción del compositor entrerriano que adoptó esta tierra.
"Yo
lo veía a él y no lo podía creer, era un hombre que había estado con Neruda,
que había retratado a Fidel Castro, a Atahualpa Yupanqui, y estaba ahí conmigo.
Se ve que él se dio cuenta de mi admiración y fue cuando me tiró esa frase:
´Dejémonos de pendejadas, esto es para siempre´. Después me dijo que quería que
mi música estuviese sonando permanentemente en la
Capilla del
Hombre
,
esa obra arquitectónica impresionante que proyectó en Ecuador".
Una urdimbre en tensión permanente
"Yo
pensé que tenía que hacer algo que comenzara con una referencia preandina, a
través de la complementariedad de las notas de los sikus, y a partir de ahí
construir un relato de la historia latinoamericana", nos explica Martí con una
claridad pedagógica que rápidamente atrapa.
"Empecé
a largar unos sonidos primigenios para comenzar a contar, después se
interrumpen con un acorde muy simbólico, en los análisis musicales lo llamamos
acorde tenso, que atraviesa aquellas sonoridades iniciales. Es como un hachazo de
la orquesta", grafica el músico, poco antes de invitarnos a presenciar el
ensayo en la Nave Cultural, donde escuchamos la obra que fue interpretada por
última vez en el 2003.
Suena un huayno en los
vientos conjugados de los sikus, los que son cruzados por la irrupción de la
orquesta. "Es el símbolo de la conquista", nos había explicado Polo minutos
antes. La banda ancestral es derrotada, la orquesta se impone, desaparece lo andino,
quedan los instrumentos europeos desarrollando su música, entre formas
prebarrocas y barrocas que parirán vidalas tradicionales, primeras
manifestaciones de nuestro folclore.
Mientras desde las gradas
observamos concentrado a Polo, siguiendo la partitura, en conversaciones con
los músicos y el maestro Rodolfo Saglimbeni, el director venezolano de la
orquesta, intentamos descubrir la trama que nos describió más temprano. Las
vidalas dialogan, se superponen, aparece nuevamente el acorde tenso, "se está
pariendo con dolor", "estamos buscando independizarnos". La voz de un solo de
trompeta europea, refinada, virtuosa, es contestada por el sonido rugoso de la
tierra, saliendo boca del erke extendido en las manos de Nene Ávalos. "Esas
imágenes sonoras me hacen acordar a las manos, a los rostros, de Guayasamín,
donde hay belleza, pero donde también siempre hay tensión", nos había advertido
Polo.
Finalmente, la banda andina
en semicírculo retorna con su huayno tradicional, se entremezcla en un diálogo
interno, comunitario que, a su vez, repecha hacia afuera con las castas de los
instrumentos blancos. La integración de los sikus se cose, confunde y es
reivindicada por la compañía de las cuerdas y las maderas de la Sinfónica.
Es
conmovedor comprobar cuánta razón tenía el artista. El canto a Guayasamín será
por siempre.
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