En un claro de
la selva misionera, a orillas del río, en una comunidad guaraní, habitaba M`bareté
junto a toda su familia en una gran maloca.
Era un día de
mucho calor y se hacía sentir. Unos niños jugueteaban alrededor de la fresca
vivienda, sentados a la sombra de un añoso árbol de timbó, una anciana
trabajaba las fibras de caraguatá, ella fabricaba hermosos canastos, un grupo
de muchachos pescaba en el río, talvez esperaban un gran dorado para la cena,
no muy lejos, un grupo de hombres ha elegido un terreno y ha cortado la maleza
para luego prenderle fuego y posteriormente, sembrar.
Las mujeres
serán las encargadas del sembrado, cuidado y cosecha una vez que el cultivo
haya dado sus frutos.
El joven M`bateré
es ágil y despierto, su padre le está enseñando el arte de la caza, pero hoy,
le han encargado conseguir algunos huevos frescos ya que la madre y su hermana,
muy temprano han recolectado frutos silvestres.
El muchacho
lleva una larga vara para separar la maleza y así poder espantar cualquier
animal.
En su camino por
el monte se cruzó con una bulliciosa bandada de loros, un coatí y un zorro que
se escondía entre el pastizal, a orillas del río, vio una pareja de carpinchos
tomando sol, y allí, en la orilla, se topó frente a frente con un tamanduá, que
no era otra cosa, que un oso comedor de hormigas.
Era grande y
avanzaba entretenido olisqueando los pastos, con sus garras afiladas rascaba la
tierra roja en busca de su manjar favorito.
Menudo susto se llevó M`bareté al casi chocar cara a cara
con el oso hormiguero.
Pero no solo él
se había aterrado, el animal al verlo se paró en dos patas y gruñó bastante
fuerte.
Al verse
amenazado, el muchacho reboleó la vara a uno y otro lado.
El animal,
seguramente, pensó que iba a atacarlo y para evitarlo se movía de un lado a
otro, mientras tanto el chico golpeaba su vara a derecha y a izquierda, de
adelante y para atrás, e insistentemente golpeaba con su vara el piso.
Así estuvieron
un largo rato hasta que el tamanduá dio dos largos gruñidos y luego se perdió
en la imponente y verde espesura.
El corazón de M`bareté
latía estrepitosamente en su pecho, debió descansar un rato antes de volver con
los suyos, por supuesto, olvidando el pedido por el que se había adentrado en
la selva.
Al verlo
regresar atemorizado y tembloroso, todos acudieron a su encuentro y el chico
les relató su encuentro.
Él dijo: -yo golpeaba
con mi vara adelante y atrás, a derecha y a izquierda, tipi, tipi, tipi, toc,
chóc, chóc, chóc, chóc-, mientras M`bareté relataba e imitaba los movimientos
del oso los suyos le copiaban los movimientos.
Ellos no querían
reírse del muchacho, pero les había resultado tan risueña la explicación, que
no aguantaban la risa. Todo el día se lo pasaron pidiéndole que les repitiera
los movimientos del tamanduá.
Por un rato
rieron a pata suelta, pero tanto se habían divertido que por la noche todos
bailaban al compás de la graciosa coreografía que imitaba el baile del tamanduá.
Con los días
venideros, para acompañar el ritmo agregaron una calabaza con semillas que
golpeaban y palmeaban el nuevo ritmo.
Así aseguran,
nació para los guaraníes el baile y la música, fue gracias a tamanduá que, moviéndose
de aquí para allá, pudo esquivar los golpes.