El crespín es un
ave no mayor que un gorrión, de alas cortas y larga cola.
Se lo encuentra
en tiempos de la cosecha de trigo en el noroeste y centro de nuestro país,
Argentina. Su canto denota cierta tristeza que parece decir: -¡Crespin!, ¡Crespin!-.
Esta leyenda tiene varios relatos, vayamos
por el primero.
Cuentan los
abuelos sabios que, en el norte, en medio del monte, vivía una anciana con sus
dos nietos. Sus nombres eran Crespín y Crespina. Ellos eran mellizos.
Un día, la
abuela enfermó de repente y como era una viejita sabia, supo que lo único que
podía aliviar su mal, sería la miel que producen unas abejitas debajo de la
tierra.
Ella conocía muchos
secretos del monte y que donde hay muchos animales salvajes, se podía encontrar
la dulce sustancia.
El monte era un
lugar peligroso para el que no lo conocía, sin embargo, les pidió a sus nietos
que era menester conseguirla, pues era lo único que podría salvarla.
Crespina tenía
miedo de internarse en el monte y los peligros que debería enfrentar por lo que
le encargó a Crespín buscar la miel.
Al día siguiente
Crespín saludó a su hermana, se despidió de su abuelita, les dio un cálido
abrazo y se fue.
Caminó todo el
día y por la noche aún no la había encontrado.
Mientras él
buscaba la ansiada miel, su querida abuela dejaba este mundo.
Crespina quedó
muy triste y sola en el rancho, no sabiendo que hacer y después de llorar
mucho, se sentó en un rincón y abrazando la pañoleta de su abuela se quedó
dormida.
Al otro día,
apenas amaneció, ella despertó aterrorizada y luego salió gritando hacia el
monte buscando a su hermano.
Deambuló día y
noche, llamando a Crespín a viva voz, así estuvo andando y gritando: -¡Crespin!, ¡Crespín!-.
Luego
desfalleciente por el cansancio, triste y absolutamente sola, muy hambrienta y llena
de temor se trepó a un árbol diciéndose a sí misma: "si yo fuera un pájaro iría
volando para buscar a mi querido hermano".
Si bien estaba
muy débil, seguía musitando: ¡Crespín!, ¡Crespín! hasta que el cansancio la
venció y se quedó dormida.
Por la mañana, y
como había sido su deseo, su cuerpo volátil y liviano, ahora transformado en
ave, abriendo sus alas y echándose a volar sin dejar de llamar a su hermano.
Por eso, aún hoy
en día, se puede escuchar el fuerte llamado de ¡Crespín!, ¡Crespín!.
Como dijimos
esta leyenda tiene varios relatos y la que contamos ahora parece ser la que más
se ha difundido y a la cual muchos compositores le han dedicado sus letras y
música.
Dicen que dicen
que Crespín era un hombre muy trabajador, en cambio su esposa, a quien llamaban
Durmisa, era haragana y solo la animaban las fiestas, la música y el baile.
Crespín adoraba
la vida sencilla y sobria, pero a pesar de sus diferencias se amaban mucho.
Había veces, que Crespín se disgustaba con ella, en su afán de bailar, olvidaba
algún que otro quehacer de la casa, claro que él jamás permitió que su mujer
realizara las duras tares de la labranza.
Todos conocían a
Durmisa por la Crespina.
Ese era un año
especialmente duro y Crespín había tenido que trabajar día y noche, aunque sus
esfuerzos resultaban insuficientes.
Al final de la
cosecha, faltándole solo un día de trabajo, él cayó enfermo, la fiebre quemaba
su abatido cuerpo y era preciso conseguir algunas hierbas medicinales más allá
del pueblo.
Durmisa se
ofreció solícita, ella no era muy exigente y solo el baile la perdía.
Partió temprano.
En el camino se encontró con un grupo de paisanos que, habiendo terminado la
cosecha, se disponían a festejar.
Como conocían su debilidad, no dudaron en invitarla.
Ella lo dudó por
un instante, pero la tentación fue mayor y pronto estaba festejando.
Desde
que la música comenzó a sonar, ella bailó y bailó, estaba tan feliz que pronto
se había olvidado del encargue.
Al poco tiempo,
llegaron a la fiesta otros vecinos, que le trajeron noticias de Crespín. Él
necesitaba las medicinas porque empeoraba cada vez más, pero ella fascinada por
el jolgorio les dijo: -Hay momentos pa? preocuparse y momentos pa? divertirse...y
este es tiempo pa? bailar-.
Cuando la fiesta
estaba en su punto más álgido, la mujer enceguecida por la música seguía
bailando sin parar llegaron otros vecinos con nuevas noticias de Crespín.
Él agonizaba.
Entonces ella dijo: -lo que ha de ser, ha de ser-, y no dejó de bailar.
Crespín no vio
la luz del día siguiente, él dejó esta vida en completa soledad y consumido por
la fiebre.
Otros vecinos,
apiadados, le dieron sepultura en un campo cercano y sin tener noticias de
Durmisa.
Mientras tanto
la fiesta continuaba.
Cuando la
noticia de la muerte de Crespín llegó a los oídos de Durmisa, ella rumió: -¡que
siga la música que pa? llorar siempre hay tiempo!-.
Después de tres largos
días de alocado festejo, la celebración llegó a su fin y la mujer debió volver
para su rancho.
Recién al entrar
a su casa se dio cuenta del silencio espectral reinante y pudo asimilar que
había dejado morir a su esposo en la más inmensa soledad, todo por su
despiadada y egoísta pasión por la danza, entonces comenzó a llorar y gritar,
pero era demasiado tarde.
¡Crespín!,
¡Crespín! Lo llamaba, sabiendo que jamás volvería a verlo, dio miles de
vueltas, recorrió los campos que ya debían haber sido cosechados y se internó
en el monte, siempre llamándolo, siempre gritando su nombre.
Ella deambuló
sola, enloquecidamente triste por el vegetal y enmarañado monte. Al caer la
tarde, el cansancio la venció, se trepó a un árbol, donde quedó profundamente
dormida, soñando con tener alas y ser un ser volátil, para alcanzar el espíritu
de su Crespín.
Desde ese día,
su silbo melancólico, apenas puede ser oído, ocultándose vergonzosamente de sus
actos.