Cuentan los
abuelos sabios, que hace mucho pero muchísimo tiempo atrás, en lo que hoy es
Argentina y se conoce como Santiago del Estero, vivía un cacique quichuista,
muy generoso y protector de su comunidad, por el contrario, su mujer era
maligna, codiciosa y egoísta. Siempre quería sobresalir y obtener la mejor
parte por lo que los genios del bien decidieron darle un escarmiento.
Una mañana tibia
de otoño, cuando el sol cálido iluminaba el día y las hojas amarillentas
comenzaban a caer, la mujer del cacique molía harina en un mortero, luego
encendió una fogata, y al abrigo de un sauce añoso comenzó a preparar unos
sabrosos panecillos.
Mientras ella se
ocupaba ensimismada de sus panes, apareció de la nada, una viejecita algo encorvada,
de aire bondadoso y largas trenzas plateadas.
Después de darle
un saludo la anciana le pidió a la mujer unos pocos de esos tentadores panes, a
lo que la mujer le dijo que usara los restos que habían quedado en la batea y
ella misma amasase los suyos.
La anciana sacó
pacientemente los restos que habían quedado adherido en la bandeja, pero como
por arte de magia cada vez obtenía amorosamente más masa y eficientemente
modelaba más panes que los que la mujer había hecho.
Luego los ponía
al fuego, y resultaban dorados y crujientes.
Entonces ella
sacó un pañuelo e hizo un atado con los panes que ella misma había horneado.
El aroma era
exquisito y los panes se veían sabrosos.
Cuando ya estaba
por retirarse oyó la voz de la esposa del cacique decirle que se detenga. Los
panes que ella había horneado, negligentemente se veían horribles, bastante
quemados y duros como piedra.
Entonces furiosa
le arrebató a la viejecita los suyos aduciendo que, si la batea era suya, suyos
también eran aquellos panes, vociferando toda clase de improperios.
La anciana se
retiró con la cabeza gacha, pero antes de irse le predijo que, por haberle
mezquinado el pan, se arrastraría por el resto de sus días.
En aquel
momento, la angurrienta mujer se dio cuenta de la verdadera identidad de la
anciana, rogó y lloró, pero todo fua en vano.
Su cuerpo, al
momento se fue transformando en una víbora con anillos blancos, negros y rojos,
tal como era su poncho, y de esta forma se internó en el monte.