Dicen que dicen...
que el joven Puca Sonko, desde su más tierna infancia, había conocido la vida
del monte, sabía todo lo que allí acontecía, él vivía feliz junto a su tribu y
los días pasaban tranquilos. Todos en la comunidad contribuían con el quehacer
diario.
Después de un
duro invierno, el padre de Puca Sonko de enfermó y él fue nombrado cacique.
Todos
participaron de la ceremonia alegres, porque conocían muy bien a quien ahora
los dirigía, sabían que no los defraudaría.
Cierto día,
cuando todos se disponían a descansar, llegó un chasqui, las noticias no eran
buenas. Un grupo aguerrido estaba avanzando sobre tierras vecinas, ellos se
apropiaban de cuantas posiciones hallaban a su paso.
Puca Sonko dio la
orden de descansar y antes que llagara la madrugada armó grupos encargados de
defender a su gente.
El plan era que
algunos cuidasen la comunidad y los demás interceptasen al enemigo antes de
llegar.
Por la tarde,
Puca Sonko y un nutrido grupo partieron al encuentro del enemigo.
Ellos se
internaron en el monte, el cacique demostraba astucia y coraje, y les daba
valor a sus hombres.
De repente el
temido encuentro se produjo, la pelea era muy intensa, había muchos gritos,
pero no hubo bajas.
Después, se hizo
silencio, ellos creyeron haber vencido al enemigo, pero fue una emboscada.
Cuando menos lo
pensaron, otro grupo volvió al ataque, gracias a Puca Sonko otra vez lograron
dispersar a sus contendientes, él los había llevado a la victoria.
Al fin todo
quedó en silencio, unos y otros juntaban a los heridos, algunos bastante
lastimados, pero no había noticias del cacique.
Lo hallaron al
pie de un árbol robusto, sin vida y cuya sangre regaba las raíces.
El tronco
absorbía la sangre de Puca Sonko tiñendo al árbol de rojo.
Ahora la sangre
del cacique, convertida en sabia circulaba por el árbol para que nadie olvidase
al valeroso y fuerte Puca Sonko.