Cuentan los más
ancianos que, en tiempos lejanos, en la cima de la montaña, el poderoso y cruel
Cherufé dominaba el cielo y la tierra creando todo tipo de catástrofes.
Todos le temían y también conocían, que lo
único que calmaba la ira de Cherufé, era la entrega de una niña joven, con la
que él satisfacía sus ansias morbosas y luego las mataba.
Una vez consumado el hecho, arrojaba el cuerpo
al vacío luego de decapitarla, para notificar de ese modo, a los desesperados
familiares.
Dicen que dicen...que esta triste historia le sucedió
a una dulce y bella joven mapuche cuyos padres, ignorando sus súplicas, la
vendieron a un horripilante brujo ordinario, viejo y sucio. Este espantoso ser,
usaba una larga barba que iba más allá de su prominente barriga y su aspecto
era aterrador.
La joven no ahorraba lágrimas ni ruegos para
que sus progenitores desistieran de la decisión tomada, pero la dote ya había
sido entregada y era menester cumplir la palabra empeñada, la habían vendido al
mejor postor, y ese apestoso y pestilente ser sería de ahora en más, su dueño.
Consumado el hecho, el viejo y la joven esposa
partieron dejando atrás la ruca de sus padres, lo que ella ignoraba, era que el
brujo la entregaría como obsequio a Cherufé.
Como era
costumbre, toda mujer esposada debía caminar unos pasos atrás del marido, así
recorrieron un largo trecho, hasta dejar tras ellos la comunidad, el destino
era la montaña, cosa que ella ignoraba.
Fue entonces,
cuando la joven en un intento por deshacerse de su ahora dueño, corrió ágil
hacia un desfiladero, que prometía ser un buen escondite.
El brujo daba
toda clase de improperios, ella temblando se ahondó entre los matorrales,
mientras tanto, él la buscaba afanosamente sin dar con el paradero.
Ella estaba
aterrada, de haber sido posible, se habría transformado en cualquier insecto,
para pasar desapercibida.
En un intento
por desaparecer, ella se acuclilló, metió su cabeza hacia su pecho tocando
suavemente sus rodillas, y con los brazos trató de taparse la cabeza, así la encontró
uno de sus hermanos que la había seguido secretamente. Ella lloraba en
silencio.
Su hermano era
sumamente protector y la adoraba, él acariciándole la negra cabellera trató de
conversarla que su destino estaba sellado, pero le entregó dieciocho plumas de
piuquén, prometiéndole que le servirían, para enviarle un mensaje, si algo malo
le ocurriese.
La jovencita
lloraba desconsoladamente, no quería irse, pero al fin su hermano la convenció
ofreciéndole a Trewul, el perro que lo había acompañado.
Más tarde el brujo, la joven y el perro
volvieron a encaminarse hacia la montaña.
El sendero era
cada vez más empinado, el brujo iba lo más campante montado en una cabra, pero
la joven agotada por lo intrincado del camino le preguntó al brujo adonde iban.
-Vamos a cazar
guanacos-.
Lo cierto era
que la montaña que iban trepando tenía una cueva, que a su vez tenía un cráter,
donde vivía Cherufé, el señor de la montaña.
Todos le temían
porque desde arriba, él podía dominar el cielo y la tierra, con frecuencia
arrojaba truenos y relámpagos, era amenazador, a veces dejaba escapar la
destructora lava ardiente, que con solo rodar lo encendía todo.
Todos sabían que
lo único que calmaba al feroz Cherufé era entregarle una joven periódicamente.
Luego, de
satisfacerse, emprendía un espeluznante juego, una vez muertas sus víctimas las
decapitaba y las arrojaba pendiente abajo.
El brujo y la
muchacha seguían su ascenso, cuando ya casi alcanzaban la cima, el brujo le
ordenó a su esposa detenerse y él fue a entrevistarse con Cherufé.
La muchacha,
desobedeciendo la orden, y lo siguió sigilosa hasta escuchar aterrada lo que
ambos tramaban.
El brujo
recibiría extraordinarios poderes al entregar a la muchacha.
Aprovechando ese
tiempo la joven llamó a Trewul entregándole una pluma y le encomendó que se
apurase, porque su vida corría peligro.
El fiel animal
tomó la preciada pluma con sus dientes y corrió de prisa hacia el pie de la
montaña.
Con urgencia,
trepó el joven más rápido de lo esperado, ella lo puso al tanto y el joven
decidió ir en busca del brujo.
El muchacho y
Trewul emprendieron la marcha, ya en las proximidades comprobó que las puertas
eran custodiadas por un Nahuel.
Trewul alertado
tomó al puma por sorpresa y lo dejó fuera de combate. Alejado del peligro el
perro y su amo escondidos detrás de unos matorrales, pudieron visualizar a
ambos monstruos, conversando animosamente lo más campantes rodeados de restos
humanos, pertenecientes a las muchachas muertas.
Encerradas,
otras tantas, aguardaban su destino final. Ellas gritaban a viva voz.
Culminada la
plática, ambos se dieron la mano, pero el joven sorprendió al brujo que estaba
a punto de montar su cabra, mientras que Trewul le mordía las patas a la cabra
y ladraba ensordecedoramente, el muchacho se abalanzó sobre el brujo que rodó
como bola montaña abajo, acompañado de cuanta piedra y guijarros que encontró
en su camino, hasta quedar sepultado.
Envalentonado
por los resultados, el joven fue en busca de Cherufé y lo enfrentó con su única
arma, un cuchillo.
Cherufé desató
truenos y relámpagos, la montaña tembló y rocas de todos tamaños se
desprendieron abriendo grietas, mientras tanto gritaba y maldecía con voz
atronadora.
En el momento
preciso, al ver una gran roca en su dirección quiso escapar, pero trastabilló y
empujado por la enorme piedra dando zarpazos a diestra y siniestra, comenzó a
rodar y fue a caer por la profunda grieta por la que había desaparecido el
brujo y ya no se supo más de él.
Sorteando los
nuevos peligros que ahora presentaba la montaña, bajaron los dos hermanos
tomados de la mano rodeados de un séquito de jóvenes muchachas, que habían
logrado liberar.
En el valle, los
mapuches los esperaban y no hubo uno, que no victoriara a su salvador, que
lucía a modo de corona, las dieciocho plumas blancas de piuquén sobre su
cabeza.