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Te cuento leyendas
ÑANCULAHUÉN

por Susana C. Otero (adaptaciones e ilustración)




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     Dicen que dicen...que en las antiguas vecindades de la Araucaria, cerquita de Chosmalal, se afincaba una comunidad cuyo cacique era reconocido por su valentía y su don de mando al que todos respetaban por su infinita bondad.

   Su nombre era Loncopán. Él era amado y respetado por su pueblo, porque cuidaba y protegía a los suyos.

   Por eso, cuando cierto mal atacó su cuerpo, el pueblo se desesperó. Ellos lo veían deteriorarse y que la fuerza de su fornido cuerpo huía de él.

   Era preciso aliviar los males que atacaban, el ahora endeble cuerpo de su querido Lonco.

   Pilmaiquén, su esposa, lo había amado por siempre y ahora estaba desesperada.

   Ella veía como la vida se escapaba del aquel cuerpo, antes enérgico y ahora debilitado por la fiebre, ya se apagaba la luz de sus ojos y la endeble figura no le respondía.

   Pilmaiquén desesperada consultó a la Machi, ni el Nguillatún, ni los ungüentos o pócimas, ni las rogativas en honor a Nguenechén surtieron efecto ante el mal que afectaba a Loncopán.

   Así fue como Pilmaiquén supo que la única opción para recuperar la salud de su amado era alcanzar una hierba que crecía en la cima de la montaña, allí donde reinaba Ñancú, el dueño de las altura y custodio de la hierba sanadora. - ve y busca la hierba de Ñanculahuén, solo eso recuperara la salud de Loncopán - dijo la Machi.

   Pilmaiquén lloraba copiosamente y tal era su premura que no fue capaz de despedirse. Partió al amanecer dejando atrás la llanura y comenzó el ascenso.

   El clima patagónico, donde el viento sopla con fiereza helaba su cuerpo, sus manos se entumecían y todo le dificultaba el camino. Piedras filosas y gruesas y espinas que hieren sus pies, pero el amor que siente hacia su esposo la amina y le permite soportar los sufrimientos.

   Su alimento son los piñones del Pehuén y por las noches se guarece debajo de las lengas achaparradas que se encuentran cerca de las altas cumbres.

   Mientras tanto, la Machi es quien acompaña al enfermo en su ruca, que yacía en su catrera, ante la perniciosa enfermedad que lo arrastra a la muerte, manteniendo a su pueblo desvelado día y noche.

   Pilmaiquén, mientras tanto, se interna por caminos escarpados y nunca transitados, ya al límite de sus fuerzas, se sienta sobre una saliente y exhausta llora sin consuelo.

   Al alzar la vista, ve a un Ñancú con su mirada penetrante que la increpa preguntándole que ha venido a buscar a sus dominios.

Ella, bañada en lágrimas y exhalando profundos suspiros le responde: - mi esposo está muriendo, solo la hierba de Ñanculahuén puede salvarle la vida, eso he venido a buscar y soy capaz de dar mi vida a cambio -.

Ñancú acepta el sacrificio y le responde - por el inmenso amor que sientes hacia tu esposo accederé a tu pedido, te daré la hierba que necesitas, pero en la medida que tu esposo vaya recuperando su salud, tu cuerpo irá perdiendo sus movimientos y perderás el habla, solo conservaras la visión para poder observar lo logrado y ver el amor que tu compañero y tu pueblo te profesaran -.

El aguilucho abre sus alas, se eleva retirándose en majestuoso vuelo.

Al rato, regresa trayendo en su pico la hierba curativa, Pilmaiquén vuele a derramar copiosas lágrimas.

Han transcurrido apenas tres días cuando ella regresa abrasada a las hierbas de Ñanculahuén, todos la reciben con asombro y algarabía. De inmediato, preparan la infusión y se la dan de beber a Loncopán. Él se va recuperando lentamente y al unísono ella va perdiendo su movilidad, en poco tiempo no sale una sola palabra de su boca.

Cuando Loncopán se recupera comienza a preguntar por su amada Pilmaiquén.

Desesperado va en su búsqueda, cuando la encuentra, le pregunta porque no respondía a su llamado, ella estalla en llanto. Él consulta a la Machi, entonces se entera cual fue el costo de su mejoría y entiende cuan grande era el amor que Pilmaiquén le profesaba.   

 



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