Allá por el 1500 DC, los conquistadores
llegaron a América con su carga de desmedida ambición y su afán de conquista, para ello se valieron de su cultura y su religión.
El pueblo Inca fue brutalmente perseguido y en el
intento de salvarse y rearmar una nueva vida, embolsaron parte de sus pertenencias
y a lomo de mula emigraron hacia el sur, buscando la tranquilidad y la ansiada
paz.
Este peregrinaje provocó la ira acompañada
del deseo desmesuradamente ambicioso de los conquistadores.
¿Qué bienes atesoraban tales alforjas?.
Eso calaba profundo en el pensamiento de los
españoles.
La reacción no tardó en llegar, una expedición
comandada por Jaime de Aragón fue enviada para rastrear a los peregrinos y
rescatar las supuestas riquezas arrebatadas.
Largo camino debió afrontar el conquistador
hasta alcanzar lo más austral del territorio dominado por los Incas, en donde
hoy conocemos como Cosquín, en las bellísimas sierras cordobesas, territorio al
centro de la actual Argentina.
Por cierto, el lugar es un valle bañado en
sus orillas por un río caudaloso y raudo que se inicia en las Sierras Grandes y
cuyo clima es benévolo.
El exquisito paisaje está rodeado de enormes
algarrobos y protegido por el cerro Supaj Ñuñu, y que hoy conocemos como Pan de
Azucar.
Los nativos del lugar eran extremadamente
pacíficos y no conocían la existencia del hombre blanco.
Las preocupaciones se iniciaron cuando los
Chasquis, en 1526, alertaron sobre unos extraños seres humanos vestidos con
ropas brillantes, que cabalgaban sobre enormes bestias y venían bajando desde el
Alto Perú.
Dicen
que dicen...que el Camín llamado Cosquín, jefe de la comunidad, alarmado instó a
vigilar desde los altos cerros. Esa tarea le llevó mucho tiempo, hasta que un
día impensado, los divisaron, no cabía duda, eran los temidos intrusos.
Pronto fueron dominados y lo que antes había
sido un vergel ahora se tornaba insostenible.
El sometimiento, la barbarie, la explotación
y los abusos que les fueron impuestos les hacían dudar si estos seres serían
humanos.
Cosquín era un hombre de una altura
considerable y bastante fornido, vivía con su hermosa mujer cuyo nombre era
Coscoína.
Ella era hermosa y pronto despertó el deseo
de uno de los oficiales españoles que no perdía el tiempo en quererla hacer
suya, ella trataba de esquivarlo pero pronto el Camín advirtió lo que sucedía, se enfrentó a duelo con el español y lo mató.
El incidente provocó la furia de los
invasores que ordenaron la pronta captura del Camín.
Cosquín (Camín) conocía a la perfección el
terreno y lograba esquivar a sus perseguidores adentrándose en las zonas de las
sierras, lo que les dificultaba la captura por parte de los españoles.
Lo acorralaron en las cercanías del cerro
Supaj Ñuñu. Cosquín se defendía arrojando piedras desde la cima, dificultando
el ascenso del enemigo.
Claro que pronto se dio cuenta que esa
situación no podía permanecer por mucho tiempo, sus fuerzas decaían y tomó una
drástica medida. Su vida en pos de la libertad. Su pueblo comprendería.
Un silencio sepulcral inundó el valle, solo
el correr del agua y el silbido del viento rompían la triste monotonía del
espacio.
Se escuchó un grito ahogado. Allá abajo el
cuerpo sin vida del Camín era una bofetada para el enemigo.
Mientras tanto, Coscoína desconocía lo
sucedido. Los días transcurrían sin noticias del que fuera su eterno amor.
Desde lejos, ella contemplaba el cerro en
espera de una respuesta y aunque no perdía las esperanzas, algo en su interior
le presagiaba la desgracia.
El regreso de los perseguidores le adelantó
el desenlace, pero aún en su interior, animábase imaginándolo oculto en algún
sitio entre los riscos.
Coscoína conocía bien la región y casi
impensadamente se encontró camino al cerro. Una luz de esperanza inundaba su
corazón. Tal vez, todavía pudiesen encontrase y juntos buscar la libertad.
Deambuló por el cerro varios días, sus
fuerzas se agotaban, pronto llegaría a la cima y desde allí podría vislumbrar en
la lejanía, tal vez, el cuerpo de su
querido Cosquín.
Era su última esperanza. Con los pies
llagados, exhausta, hambrienta y desolada se prometió a sí misma, que jamás se
entregaría al enemigo. Entre largos sollozos supo que su vida sin él no tendría
sentido.
Una banda de buitres planeando en círculos
la hizo estremecer, corrió hasta el borde del despeñadero, agudizó su vista y
allá en el fondo, vió el cuerpo sin vida de Cosquín.
Coscoína dió un alarido, el eco retumbó
en los cerros repitiéndose una y otra vez, entonces cayó arrodillada, vencida,
suplicante...
Así estuvo largo rato, caía inefablemente la
tarde y el sol se ocultaba entre los cerros ofreciendo un cuadro multicolor en
el cielo diáfano, las penas profundas le clausuraban el pecho, un dolor intenso
se le había clavado en el corazón y le cerraba la garganta, exhaló un fuerte
suspiro, luego aulló una vez más como queriendo oír su voz por última vez, miró
a su alrededor como si se llevase consigo el paisaje, extendió sus brazos en cruz,
gritó ¡Cosquín!, ¡Cosquín! Voy a tu encuentro y se dejó caer en trágico vuelo
hacia el vacío, donde se encontraba el cuerpo yerto de Cosquín.
Cuentan los abuelos sabios, que al llegar la
primavera, las acacias que crecen a la vera del Supaj Ñuñu y bornean las
orillas del cerro, se cubren de racimos rojos que no son otra cosa que la
sangre de Cosquín y Coscoína, símbolos del amor y la libertad de dos amantes
que eligieron ofrecer su vida, para no ser esclavos.