Dicen que dicen.....que hace
tantísimas lunas que ya nadie recuerda cuando,
las vastas tierras quechuas sufrieron una pavorosa sequía, tan terrible era que
los musgos y los líquenes se secaban de tal forma que se convertían en polvo,
la
falta de agua afectaba a todas las
especies, si hasta las rocas resecas crujían y se agrietaban.
El aire caliente se hacía irrespirable y al
morir las especies que daban verdor y sombra, el paisaje se mostraba estéril y amenazador.
Si los rayos de sol no le daban paso a las
nubes grises para dejar que la bendecida lluvia regara la región, todas las plantas y animales
morirían.
Ante tal devastación sólo una especie
resistía, con obstinada testarudez, ella
no necesitaba mucha agua para sobrevivir en el árido desierto, era la planta a
la que todos llamaban Qantu.
A pesar de su fortaleza para crecer y
florecer en condiciones paupérrimas como el desierto, la planta comenzó a
perder lozanía y era inminente que se secaría, viendo que su vida se extinguía
puso todo su vigor en el último pimpollo.
El esfuerzo de qantu no fue en vano ya que
esa flor sufrió una transformación inimaginable.
Si bien el calor infernal evaporaba cada
gota de rocío, durante la noche el pimpollo tomó formas y colores increíbles.
Al llegar los primeros rayos de sol, la flor
se desprendió del tallo y antes de tocar el suelo reseco, emprendió el vuelo
convertido en un diminuto, colorido y brillante colibrí.
La pequeña avecita emprendió raudo vuelo y
zumbando enfiló hacia las altas montañas cordilleranas, atravesando la superficie de verdes valles y profundas
llanuras, sin embargo, a pesar de su sed, volaba cada vez más alto, cada vez
más lejos, más y más.
Sus diminutas alitas no descansaban un
momento. Pues su destino no era otro que encontrar al buen hacedor de todas las
cosas, que habitaba en lo más alto de las cumbres.
Allí donde las nubes le hacen cosquillas a
los cerros nevados vivía el buen hacedor de todo lo creado y allí estaba él
contemplando el nuevo día, fue entonces cuando el perfume de la flor de qantu
inundó el aire.
El creador amaba esa flor y jamás osaba
cortarla por temor a verla morir en sus manos. Sin perder tiempo busco la planta en los alrededores, pero fue
inútil, sólo vio un pequeño y desfalleciente colibrí que olía a su flor
preferida, Él abrió sus grandes manos, la diminuta avecilla se poso en ellas
y con el último hálito de vida le
suplicó piedad por la tierra agotada y
reseca, dejó escapar un tenue suspiro y espiró.
El hacedor de todo lo creado depositó con
infinita dulzura al colibrí sobre a un peñasco
y contemplo las extensas tierras resquebrajadas, secas y polvorientas
donde habitaban los quechuas, dio un profundo y triste suspiro dejando escapar
enormes lágrimas de cristal que rodo montaña abajo abriendo surcos y
desprendiendo grandes trozos de montaña
Con el estrepitoso ruido que dejaban escapar
las piedras al caer, se despertó Amaru, la serpiente cuya cabeza habitaba el fondo del lago y su extensísimo
cuerpo se abrazaba en torno a la cordillera por kilómetros y kilómetros. Amaru
tenía enormes alas, que al desplegarlas podían ensombrecer el mundo, cola de
pez y escamas multicolores, de su fulgurante cabeza sobresalían dos ojos
cristalinos y penetrantes, dos profundos agujeros verdosos a modo de nariz y un
sobresalido hocico carmesí.
A pesar de su aspecto Amaru tenía un profundo amor a la tierra.
Desperezándose Amaru
bostezó dejando atrás un sueño antiguo, se elevó de las aguas
cristalinas y desplego sus alas proveyéndole
la tan ansiada sombra a las tierras castigadas. El fulgor de sus ojos,
más potentes que el sol junto a una bocanada de su aliento cubrió los cerros
con una niebla gris y espesa, al sacudir sus alas empapadas dejó caer una
copiosa lluvia que duró varios días.
Después, una vez que la tierra recupero su
humedad extendió su cola multicolor dando paso al arco iris anunciando que todo
volvía a la normalidad.
Sin más, Amaru volvió a hundir su cabeza en
el lago, enrosco su largo cuerpo a las montañas y volvió a su aletargado sueño
nuevamente.
La misión del colibrí había sido cumplida y
los quechuas cuentan que, quien quiera saber, en las multicolores escamas de
Amaru se encuentran escritas todas las verdades del mundo, inclusive sus sueños y tristezas y en ellas ha quedado
impreso que una insignificante flor de Qantu, devenida en colibrí, salvó a la
tierra de una infernal sequía.