Dicen que dicen...que una bellísima joven,
en una de sus incursiones al bosque en busca de frutos silvestres, se encontró
con un joven de origen ignoto y de una pureza celestial.
Fue tal la conmoción de ambos que pronto
estuvieron viviendo juntos.
Se tenían un amor místico, donde sólo
existía el amor platónico, gastaban las horas cantando deliciosas canciones
apasionadas, se tenían un amor místico, para ellos sólo existía el amor
platónico, pasaban las horas cantando deliciosas canciones apasionadas, se
tenían un amor ideal que nunca podía convertirse en fuego, ellos no necesitaban
el placer de la carne, era un idilio íntimo y delicioso, totalmente puro.
Solían recorrer desde las orillas de las
silenciosas vertientes hasta las sombras de los aromos y las azulejas flores
del jacarandá, bebían el néctar de las
flores y se deleitaban con el trino de los pájaros o con el bello eco de sus
voces repetidas innumerable cantidad de veces, con el descubrir las perfumadas flores cuajadas de rocío de
tal o cual árbol o de escuchar las voces de cada una de las especies del
bosque.
Con el correr de las lunas, pasaron las
estaciones y con el invierno el caballero se tornó melancólico y pensativo, de
su garganta dejaron de brotar las dulces melodías que otrora cantara y
decoraran su voz, una sombra tenebrosa comenzó a nublar sus ojos transparentes
y una tarde llegando la primavera, mientras ambos recostados sobre una roca,
admiraban las formas de las nubes que danzaban etéreas circundando al
majestuoso sol que los invitaba a una pacífica siesta, todo cambió.
De pronto, el misterioso joven percibió una
nota que penetro en sus oídos, era una música celestial que traía el aire
cálido vaya uno a saber desde que confín había salido, pero era evidente que
ese sonido había alterado el espíritu de los jóvenes. Ella, de repente había entrado en un sopor soñoliento y él, lo sintió entrar a su cuerpo
para luego deslizarse por su torrente sanguíneo para luego penetrar en cada
visera, hasta ir transformándolo en un bello pájaro de plumas pintadas y brillantes. Luego, emprendió raudo vuelo
hacia donde parecía brotar la maravillosa música.
Al despertar, la virginal joven de su letargo, viéndose
sola, dejó escapar un fuerte alarido de
estupor, lloró y lloró desesperadamente, recorrió cuestas, valles, ríos y
llanuras, siempre desesperada, loca de tristeza, llamándolo, gritando y dando
ayes de dolor pero sin más respuesta que el eco repitiendo, casi
burlonamente, el mensaje de su propia
voz estúpida e inútil, vociferando la llamada quejumbrosa, implorando,
suplicando a la Pachamama hasta sentirse desfallecer.
Sin más, sintió apagarse su voz y que su
carne se diluía perfumando el ambiente con un suave aroma a rosas, luego se
dejo caer sobre un lecho de flores multicolores, pero ya no era ella....
Su frágil cuerpo se había ido transformando
en un ave pequeña y blanca y pura tal cual su inmaculado espíritu y ciñendo su
cuerpecito, como símbolo de perpetua despedida, una cinta enlutada .
Desde aquel
instante, la viudita deambula de
un lugar a otro buscando a su amado
eternamente.