Debido a ese odio, se habían trabado en lucha más de una vez,
originando saldos sangrientos por querer exterminar la una a la otra.
Onagait
que era el espíritu supremo, cansado de ver a
ambos pueblos pelear entre sí, intervino llevando la paz a esas tribus, por
muchísimas lunas reinando así el amor y la fraternidad.
Pero como nadie es eterno, cierto día, Onagait, muere. Ambos pueblos le rinden
tributo y lo entierran. Al poco tiempo, sobre su tumba comenzó a crecer una
planta desconocida, que por su dulzura llamaron Caá-Jhe-en.
Cuentan los ancianos que ésta planta, nació
para recordarles que jamás deberían, estas tribus, ser rivales entre sí.