Dicen que dicen...
que aquí en Argentina hay lugares en
que la magia parece estar impresa en muchos de ellos, sin lugar a dudas, los
valles calchaquíes es uno de esos sitios en que la magnificencia del creador ha
puesto sus manos especialmente.
En tan generoso lugar, rodeado de montañas,
pastizales y bosques residía Huachi, jefe de una de las tribus de la comarca.
Huachi era cazador.
Él tenía un hijo, era su primogénito orgullo
y su nombre era Kakuy. Huachi estaba
satisfecho del comportamiento de Kakuy y solía llevarlo en sus correrías de caza para
enseñarle al jovencito todos los secretos y habilidades en el arte de la
cacería del guanaco.
Aquel día, padre e hijo, hicieron sus
ofrendas a la madre tierra como era la costumbre, es que ellos siempre pedían su protección a la Pachamama, para que ella les dejase conseguir
suficientes animales para poder alimentar a su comunidad.
En medio de la ceremonia, la mismísima
Pachamama se hizo presente haciéndoles un muy especial pedido, ella les
solicito que cazaron sólo un macho por día, pues debían resguardar la especie,
y advirtiéndoles que de no cumplirla, el castigo sería
ejemplar.
Antes de retirarse les hizo otra
advertencia, - NO MATEN POR MATAR-.
Huachi y kakuy asentían con sus cabezas
entre sorprendidos y asustados.
Cuando la noche llegó y mientras Huachi
avivaba el fuego para que Kakuy entibiara su sueño, por entre los cerros vio
aparecer la silueta de un hermoso y enorme guanaco.
Olvidándose del pedido que les hiciese la
Pachamama, Huachi dejó a su hijo durmiendo y comenzó la persecución para
apresarlo.
A poco de andar lo diviso, era un ejemplar
espectacular, jamás había visto uno igual, lo persiguió un largo rato, sin embargo, fue imposible darle caza.
Decepcionado, decidió volver al lado de su
hijo, pero el muchacho ya no estaba en el refugio.
El temor y
la desesperación se apoderó de Huachi.
La culpa por haberlo dejado solo le carcomía
las entrañas.
Decidió buscarlo, sus gritos hacían ecos
interminables entre las escarpadas
montañas, grito su nombre tantas veces que solo consiguió quedarse sin
voz.
Al no poderlo hallarlo, regreso a su
comunidad en busca de ayuda.
Por más que lo buscaron por cielo y tierra, el jovencito nunca más
volvió y Huachi nunca más volvió a cazar, la tristeza infinita habitaba su
corazón de padre, él se sabía culpable por haber incumplido su promesa.
Cierta tarde, cuando el sol primaveral
entibiaba el ambiente él junto a un
grupo de otros cazadores fueron
cubiertos por una espesísima bruma que los hizo ocultarse tras las cumbres.
Desde allí pudo divisarlo, era un guanaco
colosal, todo blanco y sobre sus ancas, montándolo se encontraba Kakuy, el rey
de los guanacos.
Desde entonces, las montañas son su reino y
según cuentan algunos cazadores juran haberlo visto liderar la manada.