Tiempo Argentino-contratapa
-17 de Junio de 2015
Bajen las armas que aquí sólo hay pibes comiendo. "Al de la canción de León Gieco, le dicen el Ángel de la bicicleta", me decía el Padre Miguel cuando intentaba explicarme por qué le había puesto Claudio Pocho Lepratti a una de las columnas de la capilla que construimos con el apoyo de los Misioneros de Francisco.
Rodrigo Ruete
Bajen las armas que aquí sólo hay pibes comiendo. "Al de la canción de León Gieco, le dicen el Ángel de la bicicleta", me decía el Padre Miguel cuando intentaba explicarme por qué le había puesto Claudio Pocho Lepratti a una de las columnas de la capilla que construimos con el apoyo de los Misioneros de Francisco.
Yo insistía en que si no era un santo reconocido, de esos que pasan un largo proceso de canonización y demuestran un milagro no podíamos ponerle así a un altar en una iglesia. Pero el cura siempre fue más jugado que yo, lo sé porque lo conozco de chico, por algo dejó su familia de clase media para irse a vivir entre los más pobres y dedicar su vida a acompañar a las familias de las barriadas del Tigre.
De vez en cuando, Miguel me llama para que lo ayude a conseguir cosas para la capilla o para la comunidad y cuando puedo le doy una mano. Hace un par de meses, me llamó para contarme que tenía un chico de 12 años, que soñaba ser motorman de tren, que era capaz de recitar todas las estaciones y que su madre enferma quería llevarlo a conocer al ministro Randazzo. Así que llamé a un par de amigos, mandé unos mails y me olvidé.
Semanas después, un sábado a las diez de la noche, escucho la voz desesperada de Miguel en el teléfono. Al pibe de los trenes, Ignacio Fontana, lo habían atropellado en su bicicleta y se estaba muriendo en el Hospital de Pacheco. Los residentes del hospital le habían dicho a la madre que si no conseguía una derivación del Garrahan, se moría por una fractura de cráneo.
Esta vez llame al doctor Oscar Trotta y rápidamente se puso a trabajar. Intercambiamos mensajes, al principio parecía que Ignacio no soportaría el traslado. Las versiones decían que Ignacio tenía un 15% de probabilidades de vida, que se quedaría cuadripléjico en cualquier caso y que el daño cerebral era irrecuperable. En esos momentos, me llamó Miguel y me preguntó qué más podíamos hacer. "Ya hicimos todas las gestiones ahora ponete a rezar, pedile a alguien que le falte un milagro, quizás podamos hacer santo a ese Pocho Lepratti", le respondí.
Me pasé los días siguientes viendo documentales de Lepratti. Aprendí que fue un seminarista salesiano, de Concepción del Uruguay, que tomó los votos de pobreza y castidad pero rechazó el de obediencia porque no lo dejaban ir a vivir a las villas. Que por eso dejó el seminario y se fue a Ludueña, en las afueras de Rosario, en la década del noventa, a sostener un comedor y a trabajar con los pibes que más sufrieron el neoliberalismo. Aprendí que dio testimonio de vida cristiana pero también fue dirigente sindical, que le decían Pocho porque era de la Jotapé, era afiliado de ATE y la CTA y recorría los barrios con su bicicleta haciendo trabajo de hormiga.
Aprendí que el 19 de diciembre de 2001 cuando la policía de Reutemann entró tirando balas de plomo a la villa, el Pocho se subió al techo del comedor y les gritó "Hijos de puta, bajen las armas que acá hay pibes comiendo." Así fue cómo una bala le dio en la garganta, símbolo del martirio de un profeta o del fusilamiento de un sindicalista peronista.
Ese domingo me escribió Trotta. Me contó que durante ocho horas habían operado a Ignacio, que le sacaron una parte del cráneo y que el pronóstico era reservado. Los días siguientes me escribía Miguel, que quizás lo tuvieran que operar de nuevo, que no sabían si aguantaría mucho más.
Para esos días, yo sólo hablaba de Pocho Lepratti, me tocó dar una conferencia internacional sobre seguridad social y yo aprovechaba para contar que si hubiéramos llegado antes con la Asignación Universal, Pocho no hubiera estado en el techo del comedor. El Estado que conocieron los pibes de Rosario no hubiese sido la policía reprimiendo, sino la ANSES asegurando un piso de protección social. Que los críticos de la Asignación por Hijo son los mismos que mataron al Pocho, esos que dicen que las chicas se embarazan por los planes, que se van en la droga y el alcohol. Les tendríamos que gritar "bajen las armas que aquí solo hay pibes comiendo". También en esos días me tocó ir a un acto de Cristina en la terminal de trenes de Retiro y pensé en Ignacio y en su mamá.
Miguel me contó que entraba a terapia intensiva y le decía que si se recuperaba le prometía llevarlo a ver los trenes, que tenía que ser fuerte. Y de repente el panorama cambió. Ignacio empezó a mejorar, le sacaron el oxígeno, empezó a mover las manos y los pies, a hablar. Me contó el padre, cuando lo fui a visitar con la remera del Pocho Lepratti, que una de las primeras cosas que dijo fue que los trenes estaban saliendo con demora en Constitución.
Así que se me ocurrió decirle a Miguel y plantearlo en la reunión de Misioneros de Francisco. Deberíamos pedir la santificación de Pocho Lepratti. Sería un lindo debate en la Iglesia argentina, tener un santo que fue mártir el 19 de diciembre de 2001. Sería un lindo debate en el país darle continuidad a esa memoria que León Gieco encontró en las pintadas de los paredones de Rosario, con la inscripción POCHO VIVE. Quizás, el ángel de la bicicleta pueda ser el Santo de la bicicleta. Como ese tango de Piazzolla y Ferrer que dice; "Flaco, no te quedes triste, todo no fue inútil, no pierdas la Fe, en un cometa de pedales, dale que te dale, yo sé que has de volver". <