Es éste un ave pequeño. Pajarito que pertenece a la familia de los
fringílidos, habita en Bolivia, Uruguay y casi todo el territorio argentino.
Es inteligente y manso, de color gris terroso, posee un pequeño pero
elegante copete y su canto suave parece decir chesihasí, nombre con que los
guaraníes también lo denominaban. Se lo conoce como Icácu, Afrechero,
Cachilo, Chuschín o Chingolo y en guaraní Manimbé.
Con su canto anuncia el viento del Sur.
Dicen que dicen...
Sobre el Chingolo abundan las leyendas; he aquí cuatro de ellas.
La primera se denomina El Chingolo y el Petirrojo, y
ha sido recopilada entre los onas, en Tierra del Fuego.
Cuentan los ancianos que mucho tiempo atrás, el Chingolo y
el Petirrojo, no eran como se los conoce actualmente. Ellos
fueron transformados luego de una gran pelea entre ambos.
Según dicen había en la comarca dos mozos muy pendencieros. Ninguno
toleraba al otro. Cierto día se trabaron en lucha. En el fragor de la pelea
Chingolo perdió todo el cabello, menos el copete y se le hizo una mancha
alrededor del cuello.
El Petirrojo tampoco se la llevó de arriba, pues el Chingolo que
era buen boxeador, le dio un golpe tan fuerte que le provocó una hemorragia de
nariz manchándole toda la boca.
Luego de aquella pelea, ambos se transformaron en aves para que nunca
olvidaran ese momento.
Al Chingolo le quedó el copete y al Petirrojo el
color de fuego, así como ahora los conocemos.
La segunda narración es un cuento leyenda. Esta versión fue recogida en
el norte argentino y en ella encontramos los residuos de la colonización. En
este lugar es conocido como Chuschín. Dicen que en el pueblo
vivía un hombre fuerte y corpulento y que su peor defecto era la vanidad.
Cierta vez, queriendo demostrar su titánica fuerza, y vanagloriándose de
ella derrumbó a patadas un templo que se encontraba en su camino. Por su falta
fue condenado a prisión. Pero Dios, ante el sacrilegio cometido lo condenó a
convertirse en chingolo. Por ello todavía conserva su gorro de
presidiario y el andar a los saltitos como si estuviera engrillado.
La tercer versión es uruguaya y relata lo siguiente:
Varios hombres y mujeres viajaban en una carreta acarreando todos sus
enseres, junto a plantas y animales, decididos a fundar un pueblo en cierto
lugar ya estipulado.
El dios de los antiguos pobladores, conocido como Añá, no
quería saber nada de estas intromisiones, entonces le ordenó al río deshacerse
de ellos si intentaban cruzarlo, abrazándolos y arrastrándolos.
Llegó el momento en que los viajeros trataron de vadear el río, pero
éste, cumpliendo el pedido de Añá armó un mortal remolino que
arrastró a todos con excepción del carretero que logró asirse de una rama de un
anciano árbol que se hallaba en la orilla.
Y así, sin más, Añá lo transformó en un pájaro pequeño,
de color parduzco y con un pequeño copete, sobre todo en un pájaro humilde.
Todo lo contrario a lo que el carretero había sido en vida.
El pajarillo siguió sobre el ramaje del árbol, echó a modo de sombrero
su copete hacia atrás y comenzó a silbar como lo hacia cuando conducía los
bueyes.
El pajarito en realidad se burlaba de Añá, que a pesar de la
transformación jamás pudo abatirlo.
La cuarta versión proviene de Santiago del Estero:
Cuentan los abuelos, que Icácu debió soportar un
invierno muy frío, tanto que cierta mañana debido a la intensa escarcha se le
helaron las patas y quedó adherido a un trozo de hielo.
Desesperado, Icácu le rogó al Sol para que derritiera
el hielo.
Este le dijo que eso era imposible, porque Nube se interponía entre
ellos. Entonces Icácu se dirigió a Nube y esta le respondió,
que ella nada podía hacer debido a que Viento la manipulaba.
Aterrorizado fue a rogarle a Viento contándole de su tormento. Este le
comunicó que Quincho lo estaba atajando. Dirigióse entonces a Quincho, quien le
dijo que lo quemaba Fuego. Fuego, le dijo que lo apagaba Agua. Agua que se
interponía Piedra y Piedra, que tan solo un hombre podía correrla del sitio que
se encontraba.
Al fin, un hombre que pasaba por allí dio solución al problema que
acuciaba a Icácu.
El pobre Icácu había estado tanto tiempo con sus patas
heladas que se acostumbró a caminar a los saltitos, cosa que aún sigue
haciendo. Y para agradecer al hombre que lo había ayudado decidió vivir cerca
de éste, acercándose a comer las mieses que en los helados inviernos ciertos
hombres aún le
convidan.