En Africa, en Argentina y en todo el mundo
,
la tan mentada globalización,
que la "visión única" (citada por Chimamanda, autora de la nota) promueve, hace
que no tengamos en claro cuál es nuestra
identidad cultural. El no saber quiénes somos, de dónde venimos y por ello
tampoco hacia dónde vamos, nos lleva a aceptar todo lo que la visión única nos vende.
Entonces, por ejemplo, celebraremos Navidad con nieve (aunque la
temperatura navideña en nuestro país sea 30 grados a la sombra) y un gordinflón
vestido de colorado nos convencerá de que la felicidad no tiene nada que ver
con la espiritualidad, que todo es cuestión de comprar y regalar objetos a
nuestros semejantes para que a su vez estos hagan lo mismo con nosotros. Así
estará garantizada "la" felicidad.
La
sabia visión única nos hará saber qué
comidas debemos ingerir, qué lengua debemos hablar, qué música y canciones debemos
cantar… También que hay seres que nacen
para mandar y otros para obedecer y por lo tanto debemos aceptar "lo
establecido" como ley definitiva sin perder tiempo ni siquiera en pensar si no
se podría cambiar eso y mejorar todos. ¿Para qué? Si el mundo fue, es y será
siempre así…
Ricardo Luis Acebal
Escritora senegalesa Ken- Bugul
"Fui una escritora precoz. Cuando
comencé a escribir, a los siete años, (…) todos mis personajes eran blancos y
de ojos azules, que jugaban en la nieve, comían manzanas y hablaban todo el
rato sobre el clima: "qué bueno que el sol ha salido." Esto a pesar de que
vivía en Nigeria y nunca había salido de Nigeria, no teníamos nieve, comíamos
mangos y nunca hablábamos sobre el clima porque no era necesario.
Mi familia es nigeriana, convencional de clase media. Mi padre fue
profesor, mi madre fue administradora y teníamos, como era costumbre, personal
doméstico de pueblos cercanos. Cuando cumplí ocho años, un nuevo criado vino a
casa, su nombre era Fide. Lo único que mi madre nos contaba sobre él era que su
familia era muy pobre. Mi madre enviaba batatas y arroz, y nuestra ropa vieja,
a su familia. Cuando no me acababa mi cena, mi madre decía "¡Come! ¿No sabes
que la familia de Fide no tiene nada?" Yo sentía gran lástima por la familia de
Fide.
Un sábado, fuimos a visitarlo a su pueblo, su madre nos mostró una bella
cesta de rafia teñida hecha por su hermano. Estaba sorprendida, pues no creía
que alguien de su familia pudiera hacer algo. Lo único que sabía es que eran
muy pobres y era imposible verlos como algo más que pobres. Su pobreza era mi
única historia sobre ellos.
Años después, pensé sobre esto cuando dejé Nigeria para ir a la
universidad en EE.UU. Tenía 19 años. Había impactado a mi compañera de cuarto
estadounidense, preguntó dónde había aprendido a hablar inglés tan bien y
estaba confundida cuando le dije que en Nigeria el idioma oficial resultaba ser
el inglés. Me preguntó si podría escuchar mi "música tribal" y se mostró por
tanto muy decepcionada cuando le mostré mi cinta de Mariah Carey. Ella pensaba
que yo no sabía usar una estufa.
Me impresionó que ella sintiera lástima por mí incluso antes de
conocerme. Su posición por omisión ante mí, como africana, se reducía a una
lástima condescendiente. Mi compañera conocía una sola historia de África, una
única historia de catástrofe; en esta única historia, no era posible que los
africanos se parecieran a ella de ninguna forma, no había posibilidad de
sentimientos más complejos que lástima, no había posibilidad de una conexión
como iguales. (…)
Debo añadir que yo también soy cómplice de esta cuestión de la historia
única. Hace unos años, viajé desde EE.UU. a México. El clima político en EE.UU.
entonces era tenso, había debates sobre la inmigración. Y como suele ocurrir en
EE.UU., la inmigración se convirtió en sinónimo de mexicanos. Había historias
infinitas donde los mexicanos se mostraban como gente que saqueaba el sistema
de salud, escabulléndose por la frontera, que eran arrestados en la frontera,
cosas así.
Recuerdo una caminata en mi primer día en Guadalajara mirando a la gente
ir al trabajo, amasando tortillas en el mercado, fumando, riendo. Recuerdo que
primero me sentí un poco sorprendida y luego me embargó la vergüenza. Me dí
cuenta que había estado tan inmersa en la cobertura mediática sobre los
mexicanos que se habían convertido en una sola cosa, el inmigrante abyecto.
Había creído en la historia única sobre los mexicanos y no podía estar más
avergonzada de mí. Es así como creamos la historia única, mostramos a un pueblo
como una cosa, una sola cosa, una y otra vez, hasta que se convierte en eso.
(…)
Todos somos un poco culpables de la `visión única`. Es más fácil y
cómodo así."
Ayer y Hoy