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Te cuento leyendas
EL ORIGEN DE LA MANDIOCA

por Susana C. Otero (adaptaciones e ilustración)




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    La mandioca es una planta herbácea euforbiáces de hasta tres metros de altura, con hojas grandes y raíces tuberosas feculentas de la que se obtiene la tapioca, tiene similitud a la papa y se cultiva en zonas cálidas de nuestra América.  

   Dicen que dicen los antiguos que mucho tiempo atrás, antes que el blanco llegara, Ñasaindí, que era muy buena recolectora, adentrándose en el monte, conoció a Catupirí mientras juntaba los sabrosos frutos silvestres. Él no pertenecía a su comunidad.

  Con el transcurso de los días, se encontraron muchas veces, así Ñasaindí supo que Catapirí era hijo del cacique Marangutú, perteneciente a una comunidad vecina, y lo que ella no había podido adivinar era que ambos se iban a enamorar.

   Entre ellos el amor creció y creció y ya no dejaron de verse.

   El solicito y servicial le ayudaba a bajar los frutos más altos mientras que ella ruborizada , lo miraba enamorada.

   Catapirí conocía bien a su padre y sabía que no vería con buenos ojos su romance con una forastera, sin embargo y a pesar de todo llevó a Ñaisindí a su aldea para que conociera a su madre la conociese.

   Por todos los medios procuraron que nadie los viese, pero Cava-Pitá, la shamana de la comunidad que era perversa y envidiosa y tal vez estaba un poco enamorada de Catapirí, se enteró y fue directamente a hablar con Marangutú.

   Cava-Pitá le dijo al cacique que Ñasaindí era una enviada de Añá, el diablo, y le quiso hacer creer que la muchacha traería la desgracia a su pueblo.

   Marangutú se enfureció con su hijo y le ordenó traer a Ñasaindí ante su presencia.

   Cuando Catupirí entró a la maloca de la mano de la muchacha, el cacique quedó prendado de la belleza de la joven, de sus finos rasgos y de sus largos cabellos renegridos. Toda ella era tan delicada y hermosa que merecía ser una princesa  y al conversar con ella un noble sentimiento le invadió, disipando las dudas y enojos.

   Catapirí, Marangutú y Ñasaindí conversaron hasta que la luna estuvo muy alta, el anciano comprendió los sentimientos de ambos y viendo el brillo de los ojos de su hijo cada vez que oteaba a la jovencita, al fin dio su consentimiento para que se unieran en pareja.

   Cava-Pita estaba enfurecida.

   Transcurrió el tiempo y la feliz pareja vió completa su felicidad con la llegada de su primogénito al que le dieron el nombre de Chirirí.

   Resultó ser que el pequeño era un niño hermoso, había heredado la dulzura de su madre, la destreza y gallardía de su padre y además era ocurrente, curioso y tenaz como su abuelo.

   Chirirí como todos los nietos era muy especial para su abuelo pero también todos los niños de la comunidad que adoraban jugar con el pequeño y siempre solían festejarle sus ocurrencias.

   Además, ya nadie veía a Ñaisindí como una extranjera, ella y su niño eran los mimados por todos los vecinos y parientes, en verdad eran muy felices a excepción de Cava-Pitá.

   Pero cuando alguien hacía alusión sobre la odiosa Cava-Pitá, Ñasaindí siempre alegaba que el amor vence al odio.

   Esto enfurecía más a la shamana e ideo divulgar otra terrible mentira, ella propagó que Chirirí estaba poseído por un espíritu demoníaco por el cual el niño era capaz de enfermar a todos los chicos que mantuviesen contacto con él.

   Para hacer efectiva su mentira, busco ciertas hierbas, preparó un brebaje y lo vertió en el agua que bebían los pequeños, pronto todos sufrían los efectos de las hierbas y los padres temerosos no tardaron en culpar a Chirirí.

   Catapirí estaba indignado y Ñasaindí no tenía consuelo, todos señalaban al niño como el causante de los males y se alejaban.

   Pasaron los días y ya muchas madres empezaban a olvidar lo ocurrido, entonces Cava-Pitá se jugó la última carta, volvió a verter su envenenada pócima en el agua que recogía la comunidad, ahora todos sufrían el mismo mal. Cava-Pitá se regocijaba por dentro de su obra y sugirió que si querían que el mal ya no volviese a atacarlos era preciso sacrificar a Chirirí.

   Al enterarse el cacique Marangatú de las malas nuevas le aconsejó a su hijo llevarse a Ñaisindí y al niño monte, adentro hasta que se avecinaran días mejores.

   Sin embargo, los mejores cazadores fueron en busca de la familia y mientras dormían se apoderaron de Chirirí, buscaron un claro en el monte y cuando amaneció sujetaron al niño a un árbol de ñandubay. Entonces la malvada shamana extrajo de su yica una flecha envenenada, tensó el arco y apuntó, estaba a punto de arrojarla cuando el cielo pareció abrirse en dos y el más horrendo y estremecedor rugido bajo desde arriba acompañado de un potentísimo rayo.

   Cava-Pitá dio un grito espeluznante, la flecha se disparó, la maligna shamana rodó por el suelo, el rayo enceguecedor la alcanzó y la fulmino el ese mismo instante.

   El castigo de Tupá se había hecho efectivo, en ese momento llegaron sus padres y desataron a Chirirí, he aquí la sorpresa, a los pies del muchachito, donde se había clavado su flecha, casi milagrosamente crecía una nueva plantita desconocida hasta ese momento.

   Los presentes le dieron el nombre de mandí-o, a partir de entonces todo cuidaron de esa planta y con el tiempo descubrieron que su tubérculo era delicioso y muy alimenticio.

   Es creencia entre los guaraníes que este vegetal lleva en su interior el dulce corazón de Ñasaindí y de Chirirí,  y quien la ingiere obtendrá la fortaleza y energía de ambos y además es considerado un símbolo de justicia que Tupá puso entre los hombres.



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