La mandioca es una planta herbácea
euforbiáces de hasta tres metros de altura, con hojas grandes y raíces
tuberosas feculentas de la que se obtiene la tapioca, tiene similitud a la papa
y se cultiva en zonas cálidas de nuestra América.
Dicen que dicen los antiguos que mucho
tiempo atrás, antes que el blanco llegara, Ñasaindí, que era muy buena
recolectora, adentrándose en el monte, conoció a Catupirí mientras juntaba los
sabrosos frutos silvestres. Él no pertenecía a su comunidad.
Con el transcurso de los días, se encontraron
muchas veces, así Ñasaindí supo que Catapirí era hijo del cacique Marangutú,
perteneciente a una comunidad vecina, y lo que ella no había podido adivinar
era que ambos se iban a enamorar.
Entre ellos el amor creció y creció y ya no
dejaron de verse.
El solicito y servicial le ayudaba a bajar
los frutos más altos mientras que ella ruborizada , lo miraba enamorada.
Catapirí conocía bien a su padre y sabía que
no vería con buenos ojos su romance con una forastera, sin embargo y a pesar de
todo llevó a Ñaisindí a su aldea para que conociera a su madre la conociese.
Por todos los medios procuraron que nadie
los viese, pero Cava-Pitá, la shamana de la comunidad que era perversa y
envidiosa y tal vez estaba un poco enamorada de Catapirí, se enteró y fue
directamente a hablar con Marangutú.
Cava-Pitá le dijo al cacique que Ñasaindí
era una enviada de Añá, el diablo, y le quiso hacer creer que la muchacha
traería la desgracia a su pueblo.
Marangutú se enfureció con su hijo y le
ordenó traer a Ñasaindí ante su presencia.
Cuando Catupirí entró a la maloca de la mano
de la muchacha, el cacique quedó prendado de la belleza de la joven, de sus
finos rasgos y de sus largos cabellos renegridos. Toda ella era tan delicada y
hermosa que merecía ser una princesa y
al conversar con ella un noble sentimiento le invadió, disipando las dudas y
enojos.
Catapirí, Marangutú y Ñasaindí conversaron
hasta que la luna estuvo muy alta, el anciano comprendió los sentimientos de
ambos y viendo el brillo de los ojos de su hijo cada vez que oteaba a la
jovencita, al fin dio su consentimiento para que se unieran en pareja.
Cava-Pita estaba enfurecida.
Transcurrió el tiempo y la feliz pareja vió
completa su felicidad con la llegada de su primogénito al que le dieron el
nombre de Chirirí.
Resultó ser que el pequeño era un niño
hermoso, había heredado la dulzura de su madre, la destreza y gallardía de su
padre y además era ocurrente, curioso y tenaz como su abuelo.
Chirirí como todos los nietos era muy
especial para su abuelo pero también todos los niños de la comunidad que
adoraban jugar con el pequeño y siempre solían festejarle sus ocurrencias.
Además, ya nadie veía a Ñaisindí como una
extranjera, ella y su niño eran los mimados por todos los vecinos y parientes,
en verdad eran muy felices a excepción de Cava-Pitá.
Pero cuando alguien hacía alusión sobre la
odiosa Cava-Pitá, Ñasaindí siempre alegaba que el amor vence al odio.
Esto enfurecía más a la shamana e ideo
divulgar otra terrible mentira, ella propagó que Chirirí estaba poseído por un
espíritu demoníaco por el cual el niño era capaz de enfermar a todos los chicos
que mantuviesen contacto con él.
Para hacer efectiva su mentira, busco
ciertas hierbas, preparó un brebaje y lo vertió en el agua que bebían los
pequeños, pronto todos sufrían los efectos de las hierbas y los padres
temerosos no tardaron en culpar a Chirirí.
Catapirí estaba indignado y Ñasaindí no
tenía consuelo, todos señalaban al niño como el causante de los males y se
alejaban.
Pasaron los días y ya muchas madres
empezaban a olvidar lo ocurrido, entonces Cava-Pitá se jugó la última carta,
volvió a verter su envenenada pócima en el agua que recogía la comunidad, ahora
todos sufrían el mismo mal. Cava-Pitá se regocijaba por dentro de su obra y
sugirió que si querían que el mal ya no volviese a atacarlos era preciso
sacrificar a Chirirí.
Al enterarse el cacique Marangatú de las
malas nuevas le aconsejó a su hijo llevarse a Ñaisindí y al niño monte, adentro
hasta que se avecinaran días mejores.
Sin embargo, los mejores cazadores fueron en
busca de la familia y mientras dormían se apoderaron de Chirirí, buscaron un
claro en el monte y cuando amaneció sujetaron al niño a un árbol de ñandubay.
Entonces la malvada shamana extrajo de su yica una flecha envenenada, tensó el
arco y apuntó, estaba a punto de arrojarla cuando el cielo pareció abrirse en
dos y el más horrendo y estremecedor rugido bajo desde arriba acompañado de un
potentísimo rayo.
Cava-Pitá dio un grito espeluznante, la
flecha se disparó, la maligna shamana rodó por el suelo, el rayo enceguecedor
la alcanzó y la fulmino el ese mismo instante.
El castigo de Tupá se había hecho efectivo,
en ese momento llegaron sus padres y desataron a Chirirí, he aquí la sorpresa,
a los pies del muchachito, donde se había clavado su flecha, casi
milagrosamente crecía una nueva plantita desconocida hasta ese momento.
Los presentes le dieron el nombre de
mandí-o, a partir de entonces todo cuidaron de esa planta y con el tiempo
descubrieron que su tubérculo era delicioso y muy alimenticio.
Es creencia entre los guaraníes que este
vegetal lleva en su interior el dulce corazón de Ñasaindí y de Chirirí, y quien la ingiere obtendrá la fortaleza y
energía de ambos y además es considerado un símbolo de justicia que Tupá puso
entre los hombres.