Esta leyenda
pertenece al territorio que hoy ocupa la ciudad de Buenos Aires y parece ser la
más antigua, ya que su origen se remonta a los tiempos de la fundación, llevada
a cabo por Pedro de Mendoza.
Dicen que dicen que
la expedición de Don Pedro había reunido un rebaño de hambrientos y disímiles
hombres entre los que se mezclaban marineros, delincuentes comunes, ladrones,
asesinos, escribanos y soldados junto a unas pocas mujeres, con esta gente se
llevó a cabo la primera fundación de nuestro querido Buenos Aires.
Allá por febrero de
1536 Mendoza se asentó al norte de lo que es hoy el Parque Lezama, en la ciudad
de Buenos Aires.
También cuentan que
era tan malo el trato que le daban a los originarios de estas latitudes, que
los nativos no sólo les suspendieron las provisiones de víveres, sino que les
impedían salir de la fortificación donde se habían resguardado dejando a los
españoles encerrados en el fortín y los originarios y fieras del otro.
Los relatos dan
cuenta que la miseria se había adueñado de los conquistadores y que el hambre
era atroz. Nada tenían para comer y los hombres y las mujeres estaban tan
flacos que las fuerzas los habían abandonado.
Como si fuese poca
la desgracia que los atormentaba, los nativos se habían tornado belicosos, pero
lo peor estaba por venir, una mortífera epidemia de viruela comenzó a hacer
estragos entre los españoles.
Los europeos habían
traído unas pocas mujeres, la Maldonada era una de ellas, a esta joven le
gustaban mucho los animales y en los primeros días que precedieron su llegada,
cuando todo estaba bien y la comida no escaseaba, había alimentado un pequeño
cachorro de jaguareté, pero con los meses creció tanto que el animal tomo su
rumbo y la muchacha no volvió a saber de él.
También cuentan que
la Maldonada enloqueció cuando vió sucumbir a sus mejores amigos, era tanta la
desesperación que enloquecida al ver a hombres y mujeres morir como moscas,
muertos de hambre y diezmados por la peste, que un día, gritando y semidesnuda
abrió los portones de la empalizada y echó a correr a campo traviesa, haciendo
caso omiso del peligro que corrían sus compañeros ni ella misma.
Sin perdida de
tiempo, unos soldados salieron a perseguirla, ella corrió y corrió hasta llegar
a las orillas de un arroyo que le cerraba el paso.
Extenuada y sin
aliento, viéndose perseguida, hambrienta, cansada y cercada por el arroyo se
dejo caer sin fuerzas sobre la hierba húmeda. Su corazón parecía estallarle y
las piernas le aguijoneaban, muerta de miedo se abandono a su destino.
No tardaron en
llegar sus perseguidores que enfurecidos por haber tenido que rastrear a la
mujer y haberse expuesto a los peligrosos nativos que siempre andaban
acechando, despojaron a la Maldonada de las pocas ropas que llevaba, la
amarraron a un árbol, e chándola a su
suerte pero con la convicción que no sobreviría en la inmensa soledad de la
pampa hostil.
Allí quedo la
muchacha expuesta a la intemperie.
Pasaron uno, dos
días cuando el mismo Don Pedro envió a los soldados en busca del cuerpo de la
Maldonada para darle sepultura.
Pero, ohhhh sorpresa !!!, los soldados quedaron atónitos,
lejos de estar muerta, la mujer no estaba sola, un jaguareté enorme con una
lechigada de cachorros abrigaba el cuerpo desnudo, le daban calor, lo que había
permitido que la muchacha no muriese.
Los soldados
boquiabiertos soltaron a la muchacha de su s ataduras con suaves movimientos,
no fuera a ser que el enorme animal los atacara y con lentos impulsos la
subieron al caballo, la hembra de jaguar y sus cachorros siguieron acompañando
a la Maldonada, y en procesión la escoltaron hasta el fuerte.
Una vez allí, el
animal dio un robusto rugido despidiéndose de la mujer y se alejó con sus
cachorros.
Se dice que, al
enterarse Don Pedro de Mendoza muy sorprendido, liberó a la muchacha y de esta
manera la joven se salvó de una muerte segura.
Ese arroyo en cuyas
orillas se dejó caer la muchacha hoy día lleva el nombre de MALDONADO, en
recuerdo de aquella joven.