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“A BUEN ENTENDEDOR, POCAS PALABRAS”

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Te cuento cuentos
LA SALAMANCA

por Susana C. Otero (Texto e ilustración)




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Aquí, en nuestro país, Argentina, muchos cultores de nuestro folklore hablan de la Salamanca.

   La nombran en canciones y de ella dicen que es una cueva donde mora el maligno, dicen que allí viven entre brujas y brujos y cuanta alimaña repugnante conozcan, ahícito, en las entrañas de la tierra.

   También dicen que si alguien quiere obtener las máximas dotes como cantor, bailarín o recitador, lo primero que debería descubrir será la entrada a la maquiavélica cueva, luego de sortear los obstáculos hasta llegar al antro de Mefistófeles, superar las pruebas que este le imponga, para más tarde firmar contrato con él, a cambio del alma del promesante y éste le otorga las máximas destrezas en sus maestrías.

   Dicen que dicen que un tal Rosendo Reyes , apodado el Machaco, era un cantorcito muy buen mozo, alto, delgado, de facciones varoniles, pero algo aniñado, de tez morena, grandes ojos negros y largos cabellos, al que le gustaba pulsar la guitarra y entonar hermosas chacareras, pero él aspiraba ser el mejor, el más importante y cautivar a cuanta prienda se le cruzase en el camino.

   Cierta vez, Machaco, que siempre andaba de querendón conquistando mujeres, mientras conversaba con unos parroquianos en la pulpería se topó con un viejo borrachín, que en rueda de naipes, jugando al truco, hacía alardes de conocer la cueva de la Salamanca.

   Rosendo que era un poquito cantor, un poquito guitarrero y no le alcanzaba, prestó atención a lo que el viejo decía.

   El ansiaba ser famoso, poder enamorar con su voz, y que sus arpegios cautivaran a quienes lo oyeran.

   El Machaco Reyes era bastante ladino, se acercó al viejo y le convidó unos tragos de caña con la intensión que soltara la lengua.

   El viejo adobado con el alcohol tenía una apariencia demoníaca, entonces Rosendo comenzó a sacarle los secretos y como ustedes saben, el alcohol hace perder la compostura y deja que los misterios mejor guardados, salgan a la luz.

   El Rosendo Reyes, alias el Machaco, condujo al viejo a un rincón del boliche, pidió otra botella de caña e invitó al viejo a charlar con él.

   De seguro, el Machaco se enteró de muchas cosas esa noche, como aquello de que cuando sale la luna llena a la hora señalada y refleja la luz sobre el río, su reflejo apunta hacia la boca de la cueva y de seguro, también le sonsacó lo de las palabras secretas que lo conducen a las entrañas de la tierra, eso seguro, lo supo aquella noche…

   Lo cierto es que por un tiempito nada se supo de él.

   Cuentan que el mocito, esperó el día de luna llena, cruzó el monte tal como el borrachín le había contado, debió dejar su caballo azulejo cerca del río por si estaba sediento.

Ya en su camino definitivo debió haber cruzado los espinales .

   Si pareciese que hasta el canto de los pájaros se hubiese vuelto un lamento y a medida que avanzaba el ruido de las ramas secas bajo sus botas le deben haber parecido gemir, un extraño sudor lo recorre al Machaco, tanto que siente temor, es la impaciencia ante lo desconocido, sin embargo sigue avanzando convencido de lo que ha venido a buscar a pesar de todo.

   Al divisar la cueva un escalofrío le traspasa los huesos, pero si parece que hasta su flete lo hubiese presentido porque da relinchos y corcovos como advirtiéndole del peligro.     

   Sin dudarlo, el Machaco entró en la cueva tal como el endemoniado viejo le había dicho no sin antes pronunciar las palabras que le había enseñado para sus adentros.

   La oscuridad era total, él se quitó las pilchas y a tientas las apoyó sobre lo que creyó era una piedra, pero al rozarlo su corazón dio un respingo, era el temido basilisco que cuidaba las puertas de la cueva y consoló mirarlo a los ojos podría matarlo, pero desde lo más recóndito un aire de bombos y chacareras lo atraía, lo embrujaba, era como si se le enredase en el alma y lo llevara cautivo, hechizado hacia el fondo de la madre tierra.

   El laberinto es intrincado, se cruza con asquerosas serpientes, arañas enormes que cuelgan tejiendo negras y espesas telas, al entrar en un recodo cientos de repugnantes murciélagos salen espantados dejando acre olor en el húmedo ambiente, la música se hace cada vez más envolvente, Rosendo transpira y el miedo le desorbita los ojos, el pasillo se angosta, las gotas de sudor le corren por el cuerpo desnudo. Sólo es posible cruzar del otro lado a gatas, pero cientos de culebras le cierran el paso, nada le importa, nada lo detiene, repta al igual que ella y en su camino cientos de sanguijuelas se le van prendiendo del cuerpo, algo le rozaba el rostro, algo húmedo y pegajoso, pero él sigue su alocada marcha, se cruza con sapos enormes, de aspecto espantoso, sin embargo nada lo detiene, ya casi está por traspasar el último tramo, allí es donde el viejo le había  advertido del carnero y los chivos de gruesos cuernos, corvos y afilados, los que envisten y de lograrlo cientos de hormigas gigantescas vendrían en su búsqueda.

   ¡Ya vienen!, lo va a topar y la música se le enrosca en las vísceras y el alma, lo enceguece, lo envuelve, pero al fin lo esquiva, es cierto, el chivo no lo ve, es sólo una ilusión óptica, entonces tropieza y de repente se siente caer al vacío, un vacío negro y oscuro, espeluznante.

   En su camino puede ver muchas almas, las que entraron en el averno antes que él, pero cuando un ápice de arrepentimiento le remuerde la conciencia, ya es tarde, al final del pasadizo puede ver una gran estancia, plagada de brujas y brujos cocinando repugnantes pócimas y cuanto animal inmundo hayas imaginado.

   Un humo espeso de fuerte olor pestilente impregna el recinto, destellan luces malignas, escucha un murmullo agónico de conjuros y esa música que le atraviesa los sentidos, se le sumerge en el alma, en el espíritu y parece quemarle el cuerpo.

   Hay lámparas encendidas, lámparas de aceite, y  olor a templo descompuesto pero al traspasar el lugar, hay otro estancia, un lugar rojo, con cientos de antorchas encendidas y pesados tapices en los que siempre predomina el colorado, están bordadas en oro, allí hay un trono de oro macizo custodiado por lobizones, hechiceros y brujas que le sirven al Coludo de sirvientes.

   Allí, sentado se lo puede ver a Mandinga.

   Ahora, el Machaco reconoce el pestilente olor, es áspero y picante a la vez, olor a azufre.

   Ya no se escucha la música, el silencio es tan fuerte que ni el chist de las lechuzas se oye, es  un silencio doloroso, fantasmal.

   Entonces la voz de Lucifer resuena en el recinto como trueno.

   La voz ronca y terriblemente tétrica de Satanás pregunta quien lo busca.

   El Rosendo tarda en contestarle, titubea, por primera vez un frío helado le quema los huesos y siente miedo, un terror paralizante y al mismo tiempo sutil y advenedizo, pero al contrario de mostrarse sumiso, saca valor y le responde :- ¡ Quiero, preciso cautivar a todos con mi arte!, y agrega : - ¿ Dónde hay que firmar? -

   Añá le pregunta  frotándose las manos la más difícil pregunta que el Machaco haya tenido que contestar en su vida.   

- ¿ Entregarías tu alma en pos de obtener lo que tanto anhelas?,  de ser así deberás sortear una última prueba y la más decisiva- . El Machaco asintió con la cabeza, entonces con un chasquido de sus dedos, logro que a los pies del promesante se abra una grieta profunda, espeluznantemente siniestra, que deja al descubierto unos peldaños, pero ni bien pisa sobre ellos, se repliegan y el Rosendo cae por una interminable y macabra fosa poblada de las bestias más infernales que alguien pudiese haber visto y las almas en pena dando gemidos y sordos hayes  de dolor, el pozo era interminable y los seres fantasmales tratan de asirse al cuerpo del aterrorizado Machaco.   

   Llegando al final del túnel vió al Mandinga convertirse en una bola de fuego, una braza vibrante, una flama luminosa y alumbrar el fondo de la cueva.

   - Has llegado al propio infierno, ahora puedes firmar tu contrato.-

    El Rosendo, decidido a pesar del miedo que le infundía firmó el contrato .

   Eso lo sé, lo he comprobado con sólo verlo,  hoy en día cualquiera lo puede comprobar, hoy en  día cuando el Rosendo pulsa la guitarra nadie osa suspirar siquiera, su voz de barítono hace conmover a quien lo escucha hasta las lágrimas y no hay mujer a la que él,  no pueda enamorar .

Sólo me resta saber que será de él cuando Mefisto lo llame... 




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