Es
un honor para esta página publicar una nota del historiador Enrique Manson,
autor de numerosos libros que aclaran la Historia Argentina que otros
"profesionales" se encargaron y encargan de enbarullar para que todo
sea una mezcla de musheta y de mimí, teniendo esto el fin inconfesable de que
no nos metamos a averiguar demasiado sobre nuestro pasado.
Ese
pasado que, a partir de lo escrito por Bartolomé Mitre y seguidores suyos como
"los Romero" (padre e hijo), fundadores de la llamada por ellos
mismos "Historia Social Argentina" se hace tan poco interesante
averiguar, cobra vida cuando el lector se interna en las páginas escritas por
Fermín Chávez, Norberto Galasso, Enrique Manson y otros especialistas, muchos
de los cuales integran actualmente los Institutos "Dorrego" y
"Felipe Varela".
Activar
permanentemente la memoria favorece la buena salud mental. La Historia es
"la política" del pasado y la "política de hoy" será la
Historia en el futuro. No hay hecho que haya ocurrido en otros tiempos que no
esté estrechamente relacionado con lo que pasa hoy. Y que sirva para
explicarnos este presente tan efímero que lo ocurrido hace un minuto ya es
Historia.
Por
eso, es bueno recordar que algunos civiles "intelectuales" apoyaron
decididamente a las dictaduras que asolaron a nuestros países suramericanos.
Por ejemplo, el señor Leopoldo Lugones. Algunos pretenden hoy hacernos creer
que la frase que indica Manson sobre el final de su nota no celebraba al golpe
de estado del general (por sus actos más de la nación norteamericana que de la
Argentina) José Félix Uriburu sino que se refería a la "situación internacional"
(¿¿??) de ese momento.
Y
también hay muchos políticos y difusores "democráticos" que se han
olvidado de que Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Ernesto Sábato
apoyaron decididamente a la junta militar de 1976.
¿No
era que los que se equivocan y eligen mal a los gobernantes son los
"bárbaros" y no los "civilizados"?
Ricardo Luis Acebal
Enrique Manson........................... Uriburu
SEPTIEMBRE Y
LAS BALAS
(de plomo y de tinta)
Primero vino Uriburo
Diciendo: yo lo acomodo
Pero lo arregló de un modo
Q`uera mejor el barullo.
Dejó arreglado lo suyo
Y empeoró lo de todos
Arturo Jauretche
El paso de los libres
El 6 de septiembre de 1930, cuando el
general José Félix Uriburu llegó al gobierno encabezando la marcha de los
cadetes del Colegio Militar, muchas cosas terminaron y muchas otras comenzaron
en la Argentina. Algunos historiadores hablan del primer golpe militar,
pintando el período que corre entre la batalla de Pavón y 1930 como un tiempo
de estabilidad, en que la democracia no fue conmovida por intervenciones
militares. Sin embargo se trataba, en todo caso, del primer golpe
militar triunfante, y más precisamente, del primero del siglo
XX.
Uriburu tuvo un poder relativo sobre
su revolución. Se hallaba acotado por los factores de poder que habían
apoyado al derrocamiento del Peludo, pero que desconfiaban de las
inclinaciones "fascistas" del general. No deja de ser cuestionable
tal calificación. El general no creía en la democracia, un sistema caótico
manejado por demagogos venales. El pueblo, en su opinión, no estaba
capacitado para gobernar y debía obedecer a quienes habían nacido para
mandar. No en vano era miembro de una familia tradicional de Salta, y
formado en una institución verticalista como el Ejército. Para colmo, el poeta
Leopoldo Lugones había bendecido la Hora de la espada.
Poco entendería Uriburu del fascismo.
Sólo admiraba su autoritarismo y su desprecio por la democracia. Más intelectual
había sido la formación de algunos "nacionalistas" que lo
acompañaron en las horas de conspiración, ya que no en las de gobierno. Poco
tardó la oligarquía tradicional en dejar atrás al espadón.
Se iniciaba la etapa del fraude, y de
la renovación de nuestra condición colonial, de la que sería modelo el
Tratado Roca-Runciman.
José Luis Torres la bautizó La
Década Infame.
En 1924 Lugones había bendecido a
los uniformados la nueva aristocracia por haber "sonado otra
vez, para bien del mundo, la hora de la espada". El poeta afirmaba que
ésta "implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado
hasta hoy, fatalmente derivada, porque es su consecuencia natural, hacia la
demagogia y el socialismo."
Las palabras del vate cordobés
encontraron algunos oídos bien dispuestos. Su pensamiento se fue instalando a
través de las décadas entre los centuriones. Esta convicción, más que un
presunto fascismo, impulsó la conducta de quienes, bien que con distintas
tonalidades, derrocaron gobiernos en 1943, 1955, 1962 y 1966. Hasta
culminar, con el baño de sangre, que queremos creer que el poeta no hubiera
suscripto, de 1976.
Sin embargo, el baño de sangre no ha
cambiado la manera de pensar -y, tal vez, de hacer, como diría algún
intendente de nuestros días- de otros escribas de estilo menos pulido que el de
Lugones pero de afirmaciones no menos categóricas. Hace pocos días,
la Tribuna de Doctrina - o el diarito de Mitre, según la
inclinación política de quien lo mencionara, rechazaba categóricamente los
dichos de Cristina Fernández de Kirchner al adherir a una metáfora expresada
por el intendente de Berazategui que se había referido a las balas de
tinta que hoy reemplazan a las balas de plomo que se usaron en 1955 para
derrocar a Perón.
"Ni las balas de plomo
derrocaron a al general Juan Domingo Perón, ni existen balas de tinta, ni, en
caso de existir, podrían destituir gobiernos. Perón no cayó por obra de las
armas que alzó la Revolución Libertadora en 1955. Cayó, básicamente, porque su
régimen se había agotado y abundaban los escándalos y las burdas muestras de
autoritarismo", afirma el ignoto editorialista.
Dejando de lado las balas y las
bombas verdaderas que produjeron la verdadera guerra civil desatada en
septiembre de 1955 y la sangre de argentinos, profusamente derramada por
argentinos, parafraseando a la Corte que en 1930 produjo una acordada que
reconocía al déspota del 6 de septiembre, el actual escriba justifica el
derrocamiento del gobierno constitucional debido a sus propias culpas: se había
agotado, abundaban los escándalos, y las burdas muestras de autoritarismo. Sin
precisar que artículos de la Constitución establecen estas causas no probadas
como legítimas para el derrocamiento, la pluma del anónimo opinador
coincide con la leyenda urbana que atribuye a Perón la culpa de los cientos de
muertos por el bombardeo criminal del 16 de junio. La
La Causa y
el Régimen
El Granero del Mundo, pese a
sus instituciones pretendidamente republicanas, era gobernado por la misma
oligarquía terrateniente que manejaba el poder económico. El rémington y los
ferrocarriles habían permitido que el Ejército de línea terminara con las
montoneras, y los hijos de los gauchos federales debieron guardar la lanza y
los recuerdos de sus viejas luchas o soportar el castigo de la frontera donde
se matarían mutuamente con los indios, como tributo a
la civilización. Es lo que relata José Hernández en su Martín Fierro.
Los inmigrantes, atraídos por la
prosperidad económica y el espejismo del fácil acceso a la tierra, no tenían
expectativas políticas, de modo que no fueron obstáculo para los que mandaban.
Pero sus hijos, que no soñaban con el regreso al país de sus padres y sentían
la Argentina como propia, reclamaron una participación política que no era
legítimo negar. La Unión Cívica Radical y su caudillo, Hipólito Yrigoyen,
enmarcaron la exigencia, sumándolos a los hijos de los viejos federales, que
ahora remplazaban la inútil lanza montonera por la libreta de enrolamiento.
Tras la ley Sáenz Peña, los gobiernos
radicales de Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, y nuevamente Yrigoyen fueron
tolerados de mala gana por la oligarquía., cuyo poder económico no había sido
afectado. La conmoción mundial de 1930 terminó con su paciencia. Y con la de
otros actores que llegaron entonces a la escena política. Y que llegaron para
quedarse.
El militarismo
Los militares habían participado
siempre de la política. En las Invasiones Inglesas, en la
Revolución de Mayo, en las luchas y revolucionarios de 1876, 1880, 1890,
1893, 1905. Sin embargo, lo habían hecho encuadrados en partidos
políticos, y siguiendo a caudillos más o menos carismáticos. Eran alsinistas o
mitristas; roquistas o yrigoyenistas. Los del 6 de septiembre, en cambio,
fueron producto de la reforma del ministro Pablo Ricchieri. Su
presencia suponía la aparición de un fenómeno nuevo: el militarismo.
Ricchieri quiso formar un
ejército moderno. Su marco legal fue la Ley Orgánica Nº 4031, su
modelo el ejército alemán, su oportunidad, el peligro de guerra con Chile por el
diferendo limítrofe. El nuevo ejército sería "profesional". Los
militares abandonarían la política... Pero con el profesionalismo llegó el
menosprecio por los políticos. Estos se valían de tretas y
artimañas non sanctas para alcanzar sus objetivos. Todo lo
contrario del honor militar, propio de hombres consagrados al servicio
exclusivo de la Patria, hasta el punto de perder la vida. Alguna vez
Carlos Pellegrini había dicho que el militar "viste de otra manera (que la
del civil), hasta habla y camina en otra forma". Pero también se formaba
en un internado, desarrollaba sus tareas en un cuartel, se entretenía en un
"casino", y muchas veces se casaba con la hija de un superior o la
hermana de un camarada, por lo que se movía en un microclima que, a lo largo de
las décadas se fue haciendo más impermeable a toda influencia civil.
Sarmiento afirmó alguna vez que
"El Ejército es un león que hay que tener enjaulado para soltarlo el día
de la batalla". "Y esta jaula", agregaba Carlos Pellegrini,
… es la disciplina,.
.. y sus fieles guardianes son el honor
y el deber. Ay de la nación que debilite esa jaula,...que haga retirar esos
guardianes: pues ese día se habrá convertido esa institución, que es la
garantía de las libertades del país y de la tranquilidad pública, en un
verdadero peligro, en una amenaza nacional."
Ni uno ni otro eran antimilitaristas.
Pero en 1924 llegaría un poeta que consideró a los uniformados la
nueva aristocracia por haber "sonado otra vez, para bien del
mundo, la hora de la espada". Leopoldo Lugones afirmaba que ésta
"implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado
hasta hoy, fatalmente derivada, por que es su consecuencia natural, hacia la
demagogia y el socialismo."
Las palabras del vate cordobés
encontraron algunos oídos bien dispuestos. Su pensamiento se fue instalando a
través de las décadas entre los centuriones. Esta convicción, más que un
presunto fascismo, impulsó la conducta de quienes, bien que con distintas
tonalidades, derrocaron gobiernos en 1943, 1955, 1962 y 1966. Hasta
culminar, con el baño de sangre, que queremos creer que el poeta no hubiera
suscripto, de 1976.
La crisis del capitalismo
Al terminar la Primera Guerra Mundial,
en 1918, el esquema centro-periferia de la división del poder económico había incorporado
un nuevo componente. Los Estados Unidos salieron convertidos en los mayores
inversores y los mayores acreedores. De ahí que si las potencias europeas
seguían siendo "centro" de las colonias y semicolonial de la
periferia, ahora aparecía un "centro" del "centro" en la
potencia americana.
En la posguerra los Estados Unidos
vivieron una creciente prosperidad: crecimiento industrial, altos depósitos en
los bancos y grandes inversiones de pequeños y medianos ahorristas. Pero la
producción creció más rápido que la capacidad de consumo. No era la exportación
solución en un mundo hambreado, y los stocks crecieron vertiginosamente. Bajó
la producción, lo que trajo desocupación y caída de salarios. El círculo
vicioso llevaba al paro industrial. Con la quiebra de los principales bancos,
la crisis llegó al clímax.
Washington empezó a reclamar el
pago de las deudas y a retirar las inversiones en el exterior. La crisis cruzó
el Atlántico y llegó a las devaluadas potencias europeas. De ellas pasaría a la
periferia, y así llegó de Inglaterra a la Argentina. Entre 1929 y 1932 nuestras
exportaciones cayeron violentamente. No estaban las cosas para seguir
soportando al radicalismo. Figuras del patriciado que no creían en la
democracia -gobierno de la chusma y de los demagogos- y que se sentían
admirados por el orden establecido por las dictaduras europeas, y
jóvenes nacionalistas que suponían que sólo la conducción de un caudillo como
Primo de Rivera, Mussolini o el mismo Hitler, podían salvar al país de la
decadencia y de la crisis buscaron un salvador. Algunos creyeron encontrarlo
en un general salteño y simplote que usaba bigotes de largas guías.
El fascismo uriburista
Uriburu tuvo un poder relativo sobre
su revolución. Se hallaba acotado por los factores de poder que habían
apoyado al derrocamiento del Peludo, pero que desconfiaban de las
inclinaciones "fascistas" del general. No deja de ser cuestionable
tal calificación. El general no creía en la democracia, un sistema caótico
manejado por demagogos venales. El pueblo, en su opinión, no estaba capacitado
para gobernar y debía obedecer a quienes habían nacido para mandar. No en
vano era miembro de una familia tradicional de Salta, y formado en una
institución verticalista como el Ejército. Para colmo, Lugones había bendecido
la Hora de la espada.
Poco entendería Uriburu del fascismo.
Sólo admiraba su autoritarismo y su desprecio por la democracia. Más
intelectual había sido la formación de algunos "nacionalistas"
que lo acompañaron en las horas de conspiración, ya que no en las de gobierno.
Poco tardó la oligarquía tradicional en dejar atrás al espadón.
Se iniciaba la etapa del fraude, y de
la renovación de nuestra condición colonial, de la que sería modelo el
Tratado Roca-Runciman.
José Luis Torres la bautizó La
Década Infame.
Enrique Manson
Miembro del Instituto Dorrego
Septiembre de 2013
Ni las balas de
plomo derrocaron a al general Juan Domingo Perón, ni existen balas de tinta,
ni, en caso de existir, podrían destituir gobiernos. Perón no cayó por obra de
las armas que alzó la Revolución Libertadora en 1955. Cayó, básicamente, porque
su régimen se había agotado y abundaban los escándalos y las burdas muestras de
autoritarismo.
"sonado otra vez, para bien del
mundo, la hora de la espada". Leopoldo Lugones afirmaba que ésta
"implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado
hasta hoy, fatalmente derivada, por que es su consecuencia natural, hacia la
demagogia y el socialismo."
[1] Lugones,
Leopoldo. El discurso de Ayacucho, en La Patria Fuerte.
Las palabras del poeta cordobés
encontraron algunos oídos bien dispuestos entre los uniformados. No muchos, por
entonces, ya que la mayoría llevaba décadas escuchando el discurso liberal y,
si bien desconfiaban de lo "populachero" del peludismo
[2]
y
tampoco veían con buenos ojos a los punteros conservadores, respetaban en
cambio a los estadistas que dirigían los partidos tradicionales,
aparentemente incontaminados de los manejos de comité.
La convicción de la superioridad de
los militares y su destino de nueva aristocracia se iría formando con
las décadas, recorriendo caminos en los que muchas veces tropezaría con
criterios de alianza con sectores políticos, nacionalistas unos, liberales
otros y hasta populares en ciertos casos. Esta convicción, más que un
presunto fascismo, impulsó muchas conductas políticas de uniformados, bien
que con distintas tonalidades ideológicas, en los gobiernos de 1943, 1955, 1962
y 1966. Hasta culminar, con una trágica concreción que, queremos creer que el
poeta no hubiera suscripto, en 1976.
[1]
Lugones,
Leopoldo. El discurso de Ayacucho, en La Patria Fuerte.
[2]
Yrigoyen era llamado despectivamente
el Peludo, por sus adversarios que lo acusaban de vivir encerrado en
su cueva, igual que el roedor pampeano, y ajeno a lo que ocurría en el
mundo. Sus seguidores adoptaron orgullosamente el calificativo
de peludistas.