Agradecemos a
Susana Mulé
, excelente fotógrafa
radicada en la Ciudad de Buenos Aires por habernos enviado trabajos de su
autoría sobre el pampeano
Cochengo
Miranda y su entorno.
El documentalista Jorge Prelorán, nacido en 1933 en
Buenos Aires, Argentina, realizó más de
60 películas en 30 años, incluyendo 9 documentales de largo metraje y un largo
de ficción: "Mi tía Nora".
En 1974 filmó durante un
año "Cochengo Miranda" en el Oeste
de la Provincia de La Pampa, donde el protagonista vivía con su familia y un
reducido ganado. Cochengo había sido payador en su juventud y al momento de
filmar hacía veinte años que había "colgado" su guitarra, cuando se casó.
Prelorán documentó en esta película de 58 minutos de duración la
vida cotidiana, las festividades, la transculturación inevitable y las visitas
a sus hijos, que estudiaban lejos del puesto.
Prelorán le encargó a Mulé
que fuera a tomarle fotos a Miranda.
Ella relató así su
experiencia:
En 1986 me propuso viajar a La Pampa para pasar unos días en El Boitano
y fotografiar a Don Cochengo y Maruca en su ambiente, porque tenía intención de
publicar un libro con las décimas que ha escrito este entrañable hombre. Hice
las gestiones y conseguí mediante instituciones oficiales los medios para viajar
a tan remoto lugar que incluía una camioneta de Vialidad Provincial para
trasladarme hasta Santa Isabel. Para ubicarlos geográficamente debo decir que
se cruza el país de Este a Oeste y que el solitario paraje se encuentra donde
se junta el Sur de Mendoza con el Oeste de La Pampa, en el límite donde
comienza la Patagonia.
El chofer resultó ser un simpático joven que se
mostró bastante sorprendido que una mujer sola con su equipo fotográfico se
largara a aquellas lejanas tierras.
A medida que avanzábamos por el desierto
pampeano la vegetación se hacía más baja y espinosa y la tierra fina y blanca
se metía por los resquicios que permitían los vidrios cerrados.
A media tarde, bajo un sol abrasador, nos
detuvimos en el polvoriento camino para abrir una tranquera. Muy diligentemente
ofrecí mi ayuda para mantenerla abierta mientras él la trasponía. Observé una
sonrisita socarrona pero aceptó agradeciendo. Cuando bajé, una nube de jejenes
me asaltó. Yo tengo pánico a los bichos que pican. Volví volando a la camioneta
para untarme con repelente para mosquitos, despertando así la hilaridad de mi
guía quien me aseguró que el ungüento era condimento para los bichitos. A partir
de ese momento todo fueron bromas acerca de mi condición de porteña. Cuando
llegamos a El Boitano y salieron a recibirme Maruca y Cochengo, inmediatamente
se estableció una fuerte corriente de simpatía y afecto.
Estuve apenas 4 días pero el tiempo perdió
dimensión.
El guía de Vialidad se volvió a Santa Rosa y
quedó en volver a buscarme pues yo tenía reservado mi pasaje de avión a Buenos
Aires.
Enseguida me adapté al ritmo de vida de ellos.
Nos levantábamos a las 7, tomábamos mate y luego Don Cochengo salía a trabajar
con los animales. Yo lo seguía con mi cámara, lo espiaba, lo registraba, él no
se inmutaba. Tenía como un orgullo de "ser" dentro de una gran
humildad. La humildad que emana de los grandes hombres:
"Soy el eco de la tierra y el canto de la independencia, soy de aquella
descendencia de criollos que no se aferran, de esos que sin hacer guerra ven
las fronteras abiertas y en esta pampa desierta donde no avanza la ciencia
nacen hombres de conciencia con la frente descubierta".
En la serenidad del atardecer y con el pausado ritmo que impone la
grandeza de la naturaleza, nos sentábamos bajo el alero a charlar y tomar mate.
Maruca ya había mojado la tierra y el jardín que a pesar de la sequía de casi
un año sin lluvias y gracias a sus cuidados daba algunas débiles verduras y
también sus flores. Los dos perros y el gato se echaban cerca. Traía la cámara
y fotografiaba. Horizonte plano, raso, sólo hacia el oeste las cumbres de la Precordillera.
Silencio... sólo interrumpido por las aspas del molino que giran, algunos
mugidos... y la voz de Cochengo... sus recuerdos... Sus abuelos habían vivido
en el Fortín Malargüe y fueron "quemados
vivos por los indios" (sic). Se acuerda del río Atuel que -después de un largo
conflicto interprovincial que ganó Mendoza- se secó convirtiéndose en desierto
lo que había sido un vergel. Esto fue allá por el 19. Dice :
"En aquellos tiempos dijeron de hacer un dique en el Valle Grande, que
es un dique muy grande en los cerros de San Rafael para arriba ¿no? en Mendoza.
¡Qué maravilla! ¡Ese es un mar!.. Después, más después, hicieron El Nihuil, que
es un gran embalse que no me canso de ponderar... Y así se secó el río Atuel.
Aquellos años, no olvido, eran tan lindos y hermosos... Mis viejos eran dichosos
por los logros producidos, los campos eran floridos por las lluvias que abundaban,
los puesteros prosperaban... Pero al transcurrir el tiempo Dios castigó para
ejemplo y los bienes terminaron".
Cuando oscurecía se prendían los "sol de
noche" y mientras Maruca cocinaba Don Cochengo seguía contando anécdotas,
yo lo grababa y cámara en mano seguía sus gestos, su mirada, pero debo
reconocer que muchas veces no me atreví a apretar el disparador. Sentía que no
podía violar esa intimidad. Seguramente me perdí grandes fotos pero la vivencia
superó cualquier expectativa... fue como cuando se es niño y todo es
descubrimiento.
Han pasado muchos años, el libro no se publicó
aún. Y don Cochengo ya lamentablemente no lo verá. Decía:
"Nosotros los
pobres no olvidamos nuestras costumbres y creo que no se olvidarán, los
criollos no olvidan. Porque si ese trabajo existió de muy muchos años atrás, no
puede terminar nunca...¡ jamás! Mientras existan criollos. Ahora cuando ya...
esté dominado el país por los gringos, será otra cosa, no?... cambiará... Pero
mientras habíamos criollos, quien sabe si vamos a dar todavía lugar... porque
vamos a luchar hasta lejos, a combatir esas cosas por nuestras
tradiciones".
Identidad Cultural
Susana Mulé