Dicen que dicen...
que el zorro era zorro, todo el mundo lo sabe, todos en el
monte lo describían como astuto, ventajero, muy vivo y que siempre andaba
por ahí, aventajándose de los otros
animales y sacando partido para si mismo.
Ningún animal
quería ser su amigo, muchos ya habían caído en sus redes. El zorro siempre
sometía a los demás a bromas pesadas y siempre se mofaba de sus víctimas
poniéndolas en ridículo, además, siempre se jactaba de sus bravuconadas, eso
era lo que le había servido para no tener amigos, hasta sus propios familiares,
tan astutos como él habían sido víctimas del zorro.
Cierta vez, andaba
por ahí tratándose de asociarse con alguien porque se le había ocurrido una
estupenda idea que no lo dejaba dormir.
Para llevar a cabo
su plan, buscó un terreno alto, no inundable, con tierra fértil y corrió la
noticia que desearía conseguir un socio, para luego sembrar el predio,
excusándose de no poderlo hacer por si mismo, porque era un zorro muy ocupado,
es decir no le daban los tiempos para emprender dicha tarea.
En eso andaba, pero
nadie quería hacer negocios con él .
Lo que el zorro
había ideado era, que otro desmalezara el predio, lo arara, lo sembrara y lo
cosechara, mientras él, placidamente, se daba el lujo de dormir la siesta o
pasear por el monte, que tanto le divertía. Trataba de convocar a todo el
mundo, que luego repartirían las ganancias por partes iguales, pero nadie le
daba crédito a su oferta.
El pícaro zorro
quería asegurarse la comida por si en algún momento escaseaba, era normal que
hubiese épocas de hambruna.
En esos menesteres
andaba el ventajero zorro, cuando por allá a lo lejos divisó un quirquincho.
Todos conocían al quirquincho por ser muy trabajador, de poco hablar, medio
osco, si hasta pensaban que era medio retrasado.
Al verlo venir,
cachaciento por el cansancio de haber trabajado arduamente, el zorro pensó que
ese era el candidato ideal, ese que él, había estado esperando tanto tiempo.
Haciéndose el
distraído, enfiló hacia el quirquincho y lo saludó con una sonrisa lisonjera,
interponiéndose en el camino.
-¡Al fin lo encuentro Don Quirky ¡, exclamó,
- hace días que lo ando buscando, hace días que quiero hablar con usted -
- ¿Conmigo?- , preguntó el quirquincho,
algo intrigado, pero más sorprendido.
- Sí amigo, con usted, tengo que proponerle un
negocito - .
Y ahí nomás, el
zorro se despachó con lo del campito, de la sociedad, de su ocupación y de
repartirse la cosecha.
Al quirquincho no
le pareció nada mal la oferta y aceptó.
Ahí fue , donde ni lerdo ni perezoso el zorro instó al quirquincho a poner las
semillas y el trabajo mientras él ponía el lugar apto para la buena cosecha.
Para sellar el trato y que la cuestión fuera justa para ambos agregó: - yo me quedaré con todas las plantas que
crezcan arriba de la tierra y usted con las de abajo, ¿le parece bien Don
Quirky ?-
El quirquincho
estuvo de acuerdo y sembró papas.
Y como un trato era
un trato, el quirquincho se quedó con una magnífica cosecha de riquísimas
papas, mientras el zorro, recibió hojas que ni siquiera eran comestibles.
Como se imaginarán,
el zorro estaba muy enojado, pero como él había hecho la propuesta, de
protestar, ni chist, se las aguanto sin decir nada.
Cuando nuevamente
llegó la época de sembrar, el zorro propuso que como lo justo es justo, esta
vez, él se quedaría con la parte de debajo de la tierra, y el quirquincho con
la de arriba.
El quirquincho
aceptó y esta vez sembró trigo. Otra vez había perdido el zorro, al que le
tocaron las raíces, mientras el quirquincho recogía espigas doradas de gordos y
apetitosos granos.
Por segunda vez, el
zorro había sido perjudicado por su trato, y como era él, el que había
propuesto el trato, no era capaz de enfrentarse con su socio, sabía que si lo
hacía, no tendría otra oportunidad.
Así que dejó pasar
el tiempo hasta la próxima cosecha, esta vez volvió a proponer: -bueno amigo Quirky, ya van dos veces que
usted me aventaja, que tal si en esta cosecha, a mi me toca lo de arriba y lo
de abajo y a usted lo del medio?-
-Bien- , dijo su socio.
Entonces, el quirquincho sembró maíz.
Así fue como el
zorro obtuvo las raíces y los penachos de las altivas plantas, mientras su
socio, una vez más, obtenía las sabrosas y dulces mazorcas.
El zorro había
recibido una poderosa lección, ni siquiera su astucia de zorro, lo había podido
salvar y esta vez no lo pudo soportar, había sido taimado por un insignificante
quirquincho. El zorro gritó y pataleó, y por mucho tiempo, fue el hazme reír
del lugar, por una vez había recibido su propia medicina.