Dicen que
dicen...
que cierta vez Ñandeyara le confió a una
anciana hechicera, cuyo nombre era Payé que el Guayacán moriría, ya que solo
uno había subsistido. Los Guaycurúes amaban ese árbol, que ahora estaba a punto
de extinguirse. El genio del monte, Ñandeyara le comunicó a Payé, que anunciara la noticia, pues las flores
habían nacido estériles y ningún Guayacán crecería de sus yermas semillas e
irremediablemente moriría.
Allá fue Payé, con paso cansino, anunciando
la trágica novedad.
Los animales, entre ellos los pájaros e
insectos escuchaban con curiosidad la noticia y unos a otros comentaban el
anuncio que había sido hecho por la anciana hechicera, tristes y preocupados.
Todos comentaban la noticia con profunda
desazón.
La mas conmovida por el anuncio fue Panambí,
una bellísima mariposa de exóticos colores, que al enterarse batió sus alas con
premura en busca del último Guayacán. Con tozudez sus alas pequeñas y frágiles
desafiaban la brisa, hasta alcanzar la corola amarilla y allí decidió
esconderse, si el árbol fenecía, ella lo haría con él.
El aterciopelado rostro de Panambí palideció
y las otrora ágiles alas multicolores se agitaron temblorosas, entonces voló
rápida y decidida hasta donde la última flor del último Guayacán daba los
últimos estertores, agitada por la brisa vislumbró su escondite cerca de la
corola, ese sería un magnífico lugar si el Guayacán llegaba a su fin, y decidió
que si eso sucedía, ella se inmolaría con él.
Luego, llegó el atardecer y el sol. se
ocultó entre las verdes y coposas ramas para dar paso a la noche.
Panambí sujetó sus alas hasta adherirse a
los pétalos de la flor, y así mariposa y flor se convirtieron en una sola
espera de un destino común.
Con el transcurrir de los días, la flor se
fue marchitando hasta que los pétalos cayeron.
La bella y dulce Panambí siguió asida al
cáliz, que a su vez se mantenía unida a la rama del Guayacán, entonces en un
acto de arrojo depositó los huevos, que en poco tiempo darían vida a nuevas mariposas.
Mas tarde sorbió el néctar que contenía en
el interior y con un esfuerzo supremo voló hasta un macizo de arbustos cargando
en sus débiles patitas el polen de la flor.
Sellado ya su destino, se dejó caer hasta la
tierra húmeda y amorosa que la recibió cual si fuera una madre.
Luego, con otro esfuerzo infinito cavó un
hoyo, con sus débiles patitas conservando consigo el germen de la vida y se
hundió en el pozo.
Ñandeyara dejó escapar conmovida sus
lágrimas transparentes y puras, fundamentalmente por la generosidad de Panambí.
La bellísima mariposa había, en un acto de
extremo altruismo, entregado su vida al último de los Guayacán.
Y fue así, como las lágrimas que brotaban de
los ojos del genio fueron a parar sobre el cuerpecito inerte de Panambí.
Una espesa bruma cubrió el monte y el genio
desapareció.
Entonces sucedió el milagro de la vida, de
las pequeñas patitas de Panambí surgieron diminutas raicecitas y de lo que
había sido su cuerpo brotaron, como por arte de magia, diminutas hojuelas, que
con la ayuda de la lluvia, fueron bendecidas para llegar a ser un árbol fuerte
y frondoso, y seguramente de las exóticas alas, las que al llegar la primavera,
cuando todo reverdece y renace, el árbol se cubrió de flores, todas hermosas y magníficamente
amarillas, como las sutiles alas de Panambí.
Y del cáliz que había albergado el cuerpecito
de la mariposa y que había quedado adherido al viejo Guayacán, nacieron cientos de panambíes que se
sujetaban a las ramas del nuevo árbol, y allí sujetas a las ramas, dejaron sus
huevecitos.
Panambí, generosa había salvado al último
Guayacán, desprendiéndose de su vida.
Es por eso, que las panambíes siempre
visitan a este árbol, y se encargan de diseminar sus semillas, en honor a
aquella otra Panambí que ofrendó su vida.
En cuanto a Ñandeyara, sigue vagando por el
monte, pero ahora sabe, que el amor todo lo puede y a veces recuerda la
historia y les cuenta a los seres del bosque que desde esa época los Guayacanes,
en lugar de dar frutos les florecen mariposas.