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Te cuento cuentos
LA PELEA ENTRE EL TIGRE Y EL SAPO

por Susana C. Otero (adaptaciones e ilustración)




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Dicen que dicen….

…que el tigre, sabiéndose poderoso era bastante engrupido y vanidoso, siempre andaba por ahí alardeando de su estampa y gallardía, pero de lo que más presumía era de su fortaleza y poder.

   Cierta mañana, recién llegada la primavera cuando todo había comenzado a reverdecer  y los pájaros piaban en sus nidos, el altivo tigre decidió darse una vueltita por las orillas del río.

   El terreno estaba mojado porque la noche anterior había llovido y él trataba de ir esquivando los charcos para no mojarse las patas, tan compenetrado estaba, que entre los matorrales había un sapo, bastante grande y feo, pero el tigre no lo vio y lo pisó con sus grandes patas.

   El sapo, dolorido, pegó un grito muy fuerte, estaba furioso, por lo que increpó al tigre y lo acusó de atolondrado.

   El tigre no le dio importancia a los furibundos gritos que pegaba el sapo, - ¡hey! ¡usted! al menos podía pedir disculpas, ¿por qué no mira por donde camina? - insistió el sapo.

   Entonces el tigre, en tono de burla y criticón le contestó: - es usted tan insignificante, tan verde, tan repugnante e inesperado, que no lo vi. - .

   El sapo por la rabia, se había puesto mas verde de lo que era y comenzó a hincharse e hincharse, cada vez mas enojado volvió a arremeter contra el tigre, súper ofendido, - ¡oiga grandote!, su tamaño no lo hace mas importante, ¿acaso piensa usted que puede llevarse el mundo por delante?, ¡ya verá usted! - lo amenazó el sapo. -¡ay me muero de miedo!, ¡que miedo que me das!, se me eriza hasta el pelo de la cola, ¡ja! ¡ja! ¡ja! - rió el enorme animal y agregó: - no vaya usted a golpearme fuerte.-

   El sapo volvió al ataque enojadísimo y enfrentó al tigre.

-Mire usted, no es mi forma de ser, pero creo que voy a tener que pelear con usted - .

   El tigre largó una explosiva carcajada, reía y reía sin parar.

   -¡Ja! ¡ja! ¡ja!, ¿va a pelear conmigo?, ¡que gracioso!- y mas reía revolcándose por el piso, - ¡ni usted, ni todos sus amigos juntos podrían conmigo, ¡ja! ¡ja! ¡ja!-, se reía y se frotaba la panza.

   El sapo le contestó: - no son estupideces, ni usted, ni todos sus amigos juntos podrán conmigo, -¡venga a pelear si es macho! - insistía el envalentonado batracio, - venga a pelear , busque a todos sus amigos y ya veremos quien gana, aquí lo voy a esperar, a esta misma hora, con mis amigos, con esos que usted desprecia por minúsculos, por pequeños, casi insignificantes - .

   -¡Ja! ¡ja! ¡ja! - volvió a reír el tigre y envalentonado, acepto el convite.

   El sapo, bastante fastidiado repitió: - recuerde, mañana, a la misma hora, lo espero, reúna cuanto animal quiera - y dando rengos saltitos, se retiró del lugar.

   Esa noche, el tigre reunió a todos los animales frente a su guarida, allí estaban los pumas, los gatos monteses, tapires y pecaríes, entre otros, y por supuesto sus parientes tigres, todos enormes, todos salvajes, todos grandes y de afilados dientes, fuertes colmillos, poderosas garras y apetito feroz. Si hasta el astuto zorro había acudido a la cita, y le había ofrecido su lucha al tigre.

  -Destriparemos  a ese asqueroso batracio y todos cuantos se interpongan entre nosotros, ranas, sapos, escuerzos, que mas da, ¡sí a todos! - agregó envalentonado el tigre, y allí todas las fieras esperaron juntas la llegada del nuevo día.

   Allí estaba el sapo, solito él y su alma, encaramado a una piedra, esperando sin refuerzos, ni rastros a la vista de otros, que como él, quisieran enfrentar a esa patota de fieros animales.

   -¡Hey, don sapo! - gritó el tigre, - ¿y sus amigos?, ¡todos cobardes!, ¿no lo han acompañado a usted? , ¿acaso se han escondido y no lo han apoyado en su titánica locura? -, dijo el tigre.

   Entonces, el sapo, entre irónico y divertido acotó, - ¡pero si todos están aquí!, lo que sucede es que son tan ínfimos, tan insignificantes que no puede verlos, pero todos están aquí, ni uno faltó a la cita -.

   El tigre, muerto de risa avanzaba junto a sus amigos, exponiendo uñas, dientes y garras hacia la orilla, en donde el enemigo se encontraba.

   Solo el desconfiado zorro, olfateaba como queriendo descubrir que se traía el sapo, como buen zorro desconfiaba y retardaba su marcha listo a evaporarse, si el asunto se ponía feo, algo intuía, los demás marchaban despreocupados y ufanos hacia las márgenes del río.

   Ante el desconcierto del tigre y sus amigos, el sapo dio la orden de ataque, justo cuando ya casi estaban a punto de atraparlo. Entonces, el cielo pareció ennegrecerse, hordas de insectos formaron nubes tapando el cielo y la luz del sol, por todas partes millones de insectos formando enjambres zumbadores, enjambres de jejenes, abejas, avispas, tábanos y otros no tan conocidos, arremetieron sobre las bestias, picando a cuanto animal se interponía con el sapo, quien ahora reía, y reía sin parar.

   A la carga, aguijoneando y picando cola, lomo, hocico, patas, ojos, orejas, barrigas, ninguna parte dejaba de ser el blanco de los enfurecidos, pero minúsculos insectos.

   Todos, incluido el tigre, gruñían, aullaban y se retorcían de dolor, de nada le sirvieron la fiereza, ni los dientes, ni las garras, el zorro fue el único que el ver los enjambres se tiró al río y la sacó mas barata.

   El pobre tigre, desfigurado por las ronchas que las picaduras le habían dejado, no le quedó otra cosa que darse por vencido y pedirle las disculpas al sapo, quién seguía riendo descaradamente y revolcándose panza arriba, sabiendo que había ganado la partida.                      

 



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