Dicen que dicen….
…que el tigre, sabiéndose poderoso era bastante engrupido y
vanidoso, siempre andaba por ahí alardeando de su estampa y gallardía, pero de
lo que más presumía era de su fortaleza y poder.
Cierta mañana,
recién llegada la primavera cuando todo había comenzado a reverdecer y los pájaros piaban en sus nidos, el altivo
tigre decidió darse una vueltita por las orillas del río.
El terreno estaba
mojado porque la noche anterior había llovido y él trataba de ir esquivando los
charcos para no mojarse las patas, tan compenetrado estaba, que entre los
matorrales había un sapo, bastante grande y feo, pero el tigre no lo vio y lo
pisó con sus grandes patas.
El sapo, dolorido,
pegó un grito muy fuerte, estaba furioso, por lo que increpó al tigre y lo
acusó de atolondrado.
El tigre no le dio
importancia a los furibundos gritos que pegaba el sapo, - ¡hey! ¡usted! al
menos podía pedir disculpas, ¿por qué no mira por donde camina? - insistió el
sapo.
Entonces el tigre,
en tono de burla y criticón le contestó: - es usted tan insignificante, tan
verde, tan repugnante e inesperado, que no lo vi. - .
El sapo por la
rabia, se había puesto mas verde de lo que era y comenzó a hincharse e
hincharse, cada vez mas enojado volvió a arremeter contra el tigre, súper
ofendido, - ¡oiga grandote!, su tamaño no lo hace mas importante, ¿acaso piensa
usted que puede llevarse el mundo por delante?, ¡ya verá usted! - lo amenazó el
sapo. -¡ay me muero de miedo!, ¡que miedo que me das!, se me eriza hasta el
pelo de la cola, ¡ja! ¡ja! ¡ja! - rió el enorme animal y agregó: - no vaya
usted a golpearme fuerte.-
El sapo volvió al
ataque enojadísimo y enfrentó al tigre.
-Mire usted, no es mi forma de ser, pero creo que voy a
tener que pelear con usted - .
El tigre largó una
explosiva carcajada, reía y reía sin parar.
-¡Ja! ¡ja! ¡ja!,
¿va a pelear conmigo?, ¡que gracioso!- y mas reía revolcándose por el piso, -
¡ni usted, ni todos sus amigos juntos podrían conmigo, ¡ja! ¡ja! ¡ja!-, se reía
y se frotaba la panza.
El sapo le
contestó: - no son estupideces, ni usted, ni todos sus amigos juntos
podrán conmigo, -¡venga a pelear si es macho! - insistía el envalentonado
batracio, - venga a pelear , busque a todos sus amigos y ya veremos quien gana,
aquí lo voy a esperar, a esta misma hora, con mis amigos, con esos que usted
desprecia por minúsculos, por pequeños, casi insignificantes - .
-¡Ja! ¡ja! ¡ja! -
volvió a reír el tigre y envalentonado, acepto el convite.
El sapo, bastante
fastidiado repitió: - recuerde, mañana, a la misma hora, lo espero, reúna
cuanto animal quiera - y dando rengos saltitos, se retiró del lugar.
Esa noche, el tigre
reunió a todos los animales frente a su guarida, allí estaban los pumas, los
gatos monteses, tapires y pecaríes, entre otros, y por supuesto sus parientes
tigres, todos enormes, todos salvajes, todos grandes y de afilados dientes,
fuertes colmillos, poderosas garras y apetito feroz. Si hasta el astuto zorro
había acudido a la cita, y le había ofrecido su lucha al tigre.
-Destriparemos a ese asqueroso batracio y todos cuantos se
interpongan entre nosotros, ranas, sapos, escuerzos, que mas da, ¡sí a todos! -
agregó envalentonado el tigre, y allí todas las fieras esperaron juntas la
llegada del nuevo día.
Allí estaba el
sapo, solito él y su alma, encaramado a una piedra, esperando sin refuerzos, ni
rastros a la vista de otros, que como él, quisieran enfrentar a esa patota de
fieros animales.
-¡Hey, don sapo! - gritó
el tigre, - ¿y sus amigos?, ¡todos cobardes!, ¿no lo han acompañado a usted? ,
¿acaso se han escondido y no lo han apoyado en su titánica locura? -, dijo el
tigre.
Entonces, el sapo,
entre irónico y divertido acotó, - ¡pero si todos están aquí!, lo que sucede es
que son tan ínfimos, tan insignificantes que no puede verlos, pero todos están
aquí, ni uno faltó a la cita -.
El tigre, muerto de
risa avanzaba junto a sus amigos, exponiendo uñas, dientes y garras hacia la
orilla, en donde el enemigo se encontraba.
Solo el desconfiado
zorro, olfateaba como queriendo descubrir que se traía el sapo, como buen zorro
desconfiaba y retardaba su marcha listo a evaporarse, si el asunto se ponía
feo, algo intuía, los demás marchaban despreocupados y ufanos hacia las
márgenes del río.
Ante el
desconcierto del tigre y sus amigos, el sapo dio la orden de ataque, justo
cuando ya casi estaban a punto de atraparlo. Entonces, el cielo pareció
ennegrecerse, hordas de insectos formaron nubes tapando el cielo y la luz del
sol, por todas partes millones de insectos formando enjambres zumbadores,
enjambres de jejenes, abejas, avispas, tábanos y otros no tan conocidos,
arremetieron sobre las bestias, picando a cuanto animal se interponía con el
sapo, quien ahora reía, y reía sin parar.
A la carga,
aguijoneando y picando cola, lomo, hocico, patas, ojos, orejas, barrigas,
ninguna parte dejaba de ser el blanco de los enfurecidos, pero minúsculos
insectos.
Todos, incluido el
tigre, gruñían, aullaban y se retorcían de dolor, de nada le sirvieron la
fiereza, ni los dientes, ni las garras, el zorro fue el único que el ver los
enjambres se tiró al río y la sacó mas barata.
El pobre tigre,
desfigurado por las ronchas que las picaduras le habían dejado, no le quedó
otra cosa que darse por vencido y pedirle las disculpas al sapo, quién seguía
riendo descaradamente y revolcándose panza arriba, sabiendo que había ganado la
partida.