¡Cómo lo han de llorar los carnavales!
Apenas se durmieron los cebiles
la noche derramó sus brujerías
y ya lo están llorando los candiles.
No era más que un cardón que caminaba,
no era más que un cardón con sus espinas
y la flor milagrosa que lo honraba.
Pero, para él las tardes campesinas
conocieron la melga y las majadas
y eran las estrellas sus vecinas.
Largo tiempo lloró por las quebradas
cuando luego las fábricas del llano
molieron sus fatigas y jornadas.
Por amigo del cerro tan lejano
lo acompañaban siempre sus ayeres
y llevaba el Silencio de la mano.
¡Ay, qué exiliado está de sus quehaceres,
tan gravemente muerto y de cuidado,
sin flores y sin llanto de mujeres!
Se murió sin querer, casi forzado,
¡y vino el capataz rompiendo vales
a dejarlo cesante por finado!
¡Cómo lo han de llorar los carnavales!
Lo extrañarán a fondo las quebradas
y las carpas de diez cañaverales.
¿Qué remotas, qué cándidas majadas,
cuidarán sus afanes pastoriles
en las altas y azules hondonadas?
Pero ya se durmieron los cebiles
y en la negra capilla del boliche
sollozan, tartamudos, los candiles.
Mientras muelen su sombra en el trapiche.
Raúl Galán
Poeta argentino, jujeño, 1913-1963