Dicen que dicen...que
el hacedor y protector de los Tehuelches después de terminar su obra y antes de
partir, los reunió a todos antes que el sol apareciera en el horizonte.
Ese amanecer él
pidió dos cosas, la primera que trasmitieran sus enseñanzas y no dejaran morir
el conocimiento adquirido, y la segunda que no le rindan honores.
Los ancianos
sabios que asistieron a la reunión se lo contaron a sus hijos, fue así como lo
supieron sus nietos y los hijos y nietos de sus nietos.
Ellos dijeron que
aquel día, cuando el sol teñía de plata el agua Elal invitó al cisne, su
antiguo compañero, para que una vez más lo acompañase. Luego, trepó al mullido
lomo del cisne, se acercó al oído y le dio la orden de alcanzar al sol redondo
y brillante que se levantaba en el horizonte.
Entonces, el ave
correteo segura sobre el camino pedregoso, tomó impulso, para luego emprender
el vuelo más allá de la tierra, donde comienza el mar.
Elal sabía que
el trayecto era largo y también sabía que el cisne debía descansar, por eso le
pidió al cisne que cuando se le hiciera imposible seguir le avisase.
Así fue, como el
ave cada vez que el cansancio lo agotaba le avisaba a Elal y este arrojaba una
flecha al mar, al caer formaba una nueva isla para que así su amigo detuviese la
marcha y descansase.
Aquellos
navegantes que han surcado los mares al sur conocen esas islas pobladas de
aves. Esa fue obra de Elal.
En realidad,
nadie sabe en que isla recayó Elal para su descanso, pero todos la llaman "la
tierra grande".
Es ahí donde
Elal tiene su morada, allí hay una cueva donde él tiene siempre una fogata
encendida.
En esa ignota
isla, él recibe todos los días a los Tehuelches que dejaron esta Tierra, los
escucha y por eso él sabe todo lo que acontece en la Patagonia, con ese fuego
que siempre tiene encendido abriga sus almas para que nunca más sufran su frio.